RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

viernes, 30 de julio de 2010

Colombia y las culebras



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Al adecentar mi cuarto anoche en preparación para mi traslado a Bogotá que, valiéndome de la jerga telenovelesca, ya está en sus capítulos culminantes, me topé con ocho hojas de papel en donde quedaba plasmado un discurso. Se trataba nada más y nada menos de una intervención impresa hecha por Héctor Abad Faciolince en la que consignó sus opiniones sobre la imagen de Colombia en los medios informativos. Me quedé tan embelesado ante su retórica que le pregunté si me podía regalar el discurso impreso, y él como buen paisa, accedió gustosamente a mi humilde pedido.

A este connotado escritor y periodista antioqueño siempre le guardaba afecto desde que leí un artículo que él escribió para Semana.com, titulado El País del Llanto, en el que tildó a Colombia de tuerta, pues llora por el ojo derecho, execrando las atrocidades y desmanes cometidos por las FARC mientras le hace el ojo lerdo a los crímenes de lesa humanidad de las AUC, muchos de ellos perpetrados con igual salvajismo.

Aunque Faciolince se ha caracterizado por su repudio energético a la hipocresía del Estado Colombiano, su alocución dirigida a los académicos de Cornell se encaminó por otros derroteros. El eje temático alrededor del cual giró el discurso era la representación de los colombianos en los medios de comunicación y cómo ésta es influenciada por tendencias migratorias. Afirmó que la "nación de la diáspora se aprieta como un puño y se mira a sí misma." Esta es una congoja típica del emigrante, del trasplantado. Un día de repente, al verse comer otra comida, ponerse otra ropa, moverse por otros paisajes, al oírse hablar en otro idioma, se pregunta: ¿quién soy yo? ¿Sigo siendo lo que era o dejé ya de serlo? Y entonces viene lo inevitable, tal como lo describe el franco-martiniqueño Franz Fanon en su libro Peau Noire, Masques blancs: "To speak a language means above all to assume a culture, to support the weight of a civilization."

Lo que más me impactó del discurso fueron sus apreciaciones respecto a los estereotipos con lo que los colombianos son estigmatizados y el papel protagónico que desempeña los medios informativos en perpetuarlos. Si bien los medios refuerzan ciertos prejuicios asociados con los colombianos, Faciolince adujo que "los periódicos no se hicieron para dar buenas noticias, salvo que alguna buena noticia se aparte por completo del promedio (en Medellín, los pocos días del año en que no matan a nadie, la noticia sale en los periódicos: ayer no mataron a nadie en Medellín, qué milagro!)." Concuerdo con Faciolince en que no tiene sentido que un noticiero empiece diciendo que 900 vuelos de American llegaron sin percance ni demora algunos a su destino el día miércoles. Pero es comprensible que los periódicos abran relatando que 1050 vuelos de American fueron cancelados el jueves. No se informa sobre perros fieles ni gatos tranquilos, sino sobre perros con rabia y gatos con hidrofobia. La información sirve para defenderse de las agresiones del mundo: para estar preparados ante cualquier imprevisto o contingencia que nos pueda perjudicar. Que haya noticias negativas sobre Colombia o sobre los colombianos no significa que los medios están tramando un contubernio para amancillar la honra del país; es sólo una desgracia de la realidad. Continuó diciendo que los periódicos no son los culpables de que en Colombia haya guerrilla, narcotraficantes, paramilitares, ladrones, sindicalistas asesinados, etc. Esas malas noticias las produce el país y los medios las difunden, no por malevolencia, sino por lucro, pues como decía mi abuela, "los únicos que se benefician de las desgracias ajenas son las funerarias y los periodistas."

Aunque fui el único afroamericano en asistir a este simposio, me quedé fascinado con la cantidad garrafal de similitudes que nos asemejan a los colombianos, especialmente en lo que a los estereotipos atañe. Antes de presentarnos como individuos, antes de que se nos juzgue, es normal que se nos pre-juzgue: para empezar, somo exóticos (tan exóticos y lejanos que no es extraño que se nos confunda con los brasileños o cubanos cuando viajamos al exterior); luego, se nos asocia con una serie de grupos integrados por personas ignominiosas (gracias a los pandilleros, drogadictos, madres solteras y padres desatendidos); por fortuna hay un pequeño antídoto y contamos con unas cuantas excepciones famosas con nombre propio (Martin Luther King, Beyoncé y Barack Obama, y unos pocos científicos y empresarios conocidos en ámbitos famosos que van más allá de la farándula) y entonces los afroamericanos, como los colombianos, nos aferramos con un orgullo desesperado a todo aquello que nos reivindique y nos pueda representar positivamente.

Los estereotipos son una forma de prejuicio, es cierto, pero en general éstos no son una locura sino una forma de "economía mental." Creo que casi todos quisiéramos ser juzgados como individuos y no según las expectativas y los prejuicios inherentes a la colectividad humana a la que pertenecemos. Si soy un literato afroamericano, preferiría que se me juzgaran por la calidad y plasticidad de mis versos, por la elegancia poética de mis sonetos, y no por mi etnicidad, que es un accidente de nimia importancia que nada le resta ni agrega a mi desempeño literario. No obstante, todos juzgamos en un primer momento, basándonos en estadísticas y promedios mentales.

Si en este momento una culebra de vivos colores hiciera su aparición por el corredor de una sala abarrotada de gente y se deslizara rápidamente por entre las mesas, todos los presentes, salvo algún experto en serpientes, asumirían una actitud de fuga o de defensa, y probablemente de agresión. Aunque la mayoría de las especies de culebras sean innocuas, como las picaduras de las que sí son venenosas pueden ser mortales, no vamos a tratar a ninguna culebra intrusa como una culebra individual, no vamos a averiguar sus características ni estudiar sus intenciones, sino la vamos a juzgar como una clase, la clase culebra, y vamos a salir corriendo o le vamos a dar un machetazo (si es que tenemos uno a nuestra disposición), le vamos a cortar la cabeza para después llevar el bicho decapitado a un experto en ofidios que nos dictamine, con la culebra ya muerta, si era ponzoñosa o no. Si lo era, qué bien que la matamos, y si no, lástima por ella.

Ya sé que los colombianos, igual que los afroamericanos, no somos culebras, pero sí pertenecemos a clases, colectividades problemáticas, cuyos nombres "Colombia" y "Negro" no son neutros ni vírgenes. Mi respuesta a las preguntas que me hacen mis amigos sobre el lugar donde he de pasar un año entero adelantando investigaciones, sigue generando reacciones encontradas; unos pocos se quedan patidifusos y me miran como si tuviera 3 cabezas.

Esos 8 folios me dieron mucho de qué pensar mientras me alisto para dar un salto al vacío y arriesgarme en una tierra desconocida y muchas veces mal entendida. Yo, de mi parte, trataré de no "economizar" mis pensamientos y verles a todos con los que me voy a desenvolver como individuos y no como miembros de una clase homogénea.

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