RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

martes, 28 de septiembre de 2010

Los efectos largoplacistas del desmoronamiento de las Farc



Recientemente Colombia ha estado dando mucho de qué hablar. Cada vez más los principales noticieros de este país me convencen de que en el oficio periodístico priman el sensacionalismo y se preconizan lo amarillista. Ver los noticieros de Colombia a menudo me da la sensación de que estoy viendo una telenovela melodramática con todos los ribetes empalagosos y arandelas afectadas que eso conlleva.  
Antes que nada, quisiera encomiar a las Fuerzas Armadas por el contundente ataque contra el Bloque Oriental de las Farc, que acabó con la vida del comandante guerrillero Jorge Briceño Suárez, alias ‘el mono Jojoy’ y varios hombres de su anillo de seguridad. Tales acciones ponen a esa organización insurgente en un escenario de fragmentación y desbandada y es claro que, hoy por hoy, las Farc se encuentra cada vez más desvertebrada militar e ideológicamente. Es apenas la sombra de lo que fue durante los años 90 y 80.  

Poco a poco, y a través de una envolvente estrategia bélica aplicada en terreno, acompañada de una efectiva propaganda dirigida a los guerrilleros para que se desmovilicen y de la utilización de éstos como fuente de información, las fuerzas de seguridad del Estado han ido socavando la integridad organizacional de las Farc a través de certeras acciones asestadas a sus comandantes. La importancia del golpe contra alias ‘el mono Jojoy’ se centra justamente en esa estrategia: matar la culebra por la cabeza para que, poco a poco, su cuerpo se deje de mover.  


Eliminar a los mandos superiores tiene efectos significativos, tanto psicológicos como físicos, en sus subalternos. Podrían preverse varias reacciones: reyertas internas por el poder, deserciones masivas o la transformación de conductas insurgentes por acciones criminales despolitizadas ligadas a la codicia personal. Sin duda alguna, todas ellas conducen a una fragmentación de la unidad guerrillera, a una atomización de su centro de poder y a una pérdida de articulación y, por lo tanto, de movimiento.

Aunque felicito al gobierno de la forma más enfática por este triunfo, que seguramente será sólo uno de muchos triunfos obtenidos bajo la administración de Santos, quisiera arrojar luz sobre algo que tal vez no haya salido a la palestra mucho en los debates sobre los alcances que podría implicar el paulatino desmoronamiento de las Farc. Tal parece que no hemos aprendido del caso de la desmovilización de los paramilitares. Juan Diego Restrepo, columnista de Semana, plantea una pregunta bien juiciosa. ¿Está realmente el país preparado para una eventual fragmentación de las Farc que lleve a muchos de esos guerrilleros a reacomodarse en pequeñas células armadas regionales, desligadas del Secretariado, independientes y autónomas, que generen inseguridad en los campos y las ciudades a través de prácticas criminales ajenas a la confrontación armada contra el Estado?

La experiencia internacional ha demostrado que aquellos países que soportaron durante años guerras civiles y lograron superar esa etapa a través de acuerdos de paz no estaban preparados para absorber de manera eficaz esos ejércitos que salieron de las selvas sin más herramientas que un fusil y sin otros conocimientos que el de armar la guerra. Ejemplos como los de El Salvador y Guatemala, para citar los más cercanos, pueden ser referentes claros. Los acuerdos de paz alcanzados en estos países luego de varios años de confrontación bélica interna no alcanzaron a desactivar la cultura de la violencia que tenían los cientos de guerrilleros que dejaron las armas y hoy están inmersos en una crisis de seguridad ciudadana que está afectando perjudicialmente los logros democráticos de ambas naciones.


Ni los gobiernos centroamericanos, ni la dirigencia guerrillera ni la sociedad previeron la peligrosa combinación de la disponibilidad de armas que quedaban después de la guerra y el incumplimiento de las expectativas generadas en los acuerdos. Una vez evidenciado el fracaso de los procesos surgió una delincuencia mucho más agresiva, ligada a fenómenos criminales subregionales, que se ha convertido, incluso, en un factor de inestabilidad para la región.

En Colombia, la experiencia que dejó el proceso de desarme, desmovilización y reinserción con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) es también un ejemplo concreto de falta de perspectiva sobre el futuro de esos acuerdos y del desconocimiento que tenía el Gobierno Nacional de la capacidad de esas estructuras para reorganizarse y mutar sus comportamientos criminales. Hoy esa una hidra de mil cabezas que recorre el país.
Para que esto no vuelva a suceder aquí en Colombia se requerirán el fortalecimiento del aparato judicial, la reducción de los altos niveles de impunidad, la profesionalización de las Fuerzas Armadas en operaciones urbanas y la depuración de las instituciones para reducir al máximo los niveles de corrupción y afectación de fondo del tráfico de estupefacientes.

También se requieren acciones de fondo en temas vitales para el futuro del país como lograr mayor estabilidad económica, alcanzar una efectiva y equitativa redistribución de la riqueza, disminuir drásticamente el desempleo, ofrecer alternativas de formación profesional y expandir los espacios de participación política.

De lo contario, puede que se fragmente la unidad de las Farc y hasta se le derrote finalmente en el terreno militar y político, pero si se mantienen los actuales problemas sociales y económicos, el país deberá tener claro que ello no significará el fin de la violencia, ni en áreas rurales ni urbanas, por el contrario, derivará en un mayor recrudecimiento de la criminalidad. Si nos ponemos a analizar los orígenes de la Farc, es claro que lo que los radicalizó y llevó a armarse fueron factores sociales que no fueron resueltos en su debido momento como una reforma agraria y el acceso igualitario a las oportunidades.


Otra pregunta que me ha estado asediando mucho estos días es qué pasará con las Fuerzas Armadas cuando cesen por fin los encuentros bélicos entre el Estado y los grupos insurgentes. A los estadounidenses se nos ha acusado precisamente de fomentar la guerra para sustentar a nuestras Fuerzas Armadas, pues el Ejército es uno de los poquísimos ámbitos profesionales que rara vez sufren recortes de empleados. Se argumenta que una de las razones que llevaron a perpetuar la guerra en el Medio Oeste fue para no tener que despedir a miles de soldados, lo cual sería un acto inverecundo y casi impensable en una cultura donde se les venera a los uniformados.

Si los dirigentes políticos no se dejan obnubilar por las luces del triunfalismo bélico, tendrán la lucidez suficiente para pensar bien las cosas y planificar de forma sensata la desintegración de los grupos armados acompañada de la eficaz integración y capacitación vocacional de sus desmovilizados.

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