RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

martes, 7 de septiembre de 2010

COLOMBIA - REINO DE LA IMPUNTUALIDAD



No hay sensación más placentera para los seres humanos que levantarnos en la mañana sin tener que preocuparnos por el reloj. Pero este breve placer ocurre a lo sumo uno o máximo tres días a la semana. De resto, nuestro tiempo está repartido en agendas, horarios e itinerarios. Y como muchas veces las distancias que tenemos que recorrer parecen ser interminables, sobre todo en ciudades caóticas como Bogotá, donde vivimos de afán y en trajines y ajetreos inacabables.

No obstante, en el manejo del tiempo los colombianos no aparecen como los más expertos. Un profesor que tengo en la Universidad Nacional de Colombia, estricto como el que más, cuando llegan impuntuales a clase los "tarderos" les increpa con la siguiente frase: “cuando Dios repartió la puntualidad, los colombianos llegamos tarde.” Ser impuntuales es otra de las costumbres de las que adolecen los colombianos que es la madre de otro hábito, el de inventar excusas para justificarlo: llegan tarde al trabajo, a clase, a la reunión, entregan tarde el informe, la tarea, pierden el avión. ¿Pero qué son cinco minutos? He llegado a pensar que ser impuntuales es una forma cultural que tienen los colombianos para rebelarse contra el tiempo, como otra de las imposiciones de la modernidad junto con la vida civilizada, la paz y el progreso.

Según la Real Academia Española de la Lengua, la palabra puntualidad denota el cuidado y diligencia en hacer las cosas a su debido tiempo. Es, pues, la característica de lo que se produce en el momento adecuado o acordado. Basándome en esta definición del vocablo, me atrevería a decir que la puntualidad no sólo no forma parte del léxico de la gran mayoría de los colombianos, sino que el concepto de llegar a la hora señalada se desconoce por completo. A diferencia de otros países donde los compromisos se respetan y no se admiten disculpas para incumplirlos o postergarlos, los colombianos en cambio practican una laxa tolerancia con quienes fallan en lo pactado, pero "se mueren de la pena" cuando su imprevisión empedernida los lleva a faltar a sus compromisos. Esta "sublevación a la hora" hace que se pierda la productividad, se desperdicien garrafales cantidades de dinero, descienda el rendimiento y se retrasen los servicios públicos. Cabe señalar igualmente que la tardanza en llegar a la hora pactada aumenta los riesgos laborales puesto que los empleados presentes se ven obligados a cargar injustamente con el peso de los que incurren en la impuntualidad.

Cuando de faltar a lo convenido se trata, los colombianos pueden ser informales hasta lo inverosímil. A mi juicio, los colombianos acusan una informalidad acendrada para ceñirse a lo pactado, pues por razones de índole cultural los colombianos tienden a ser individuos de palabra: para charlar y discursear pero, mucho menos, para cumplir estrictamente lo que han prometido y a la hora que han dicho que ello ha de ejecutarse. He llegado al extremo de pensar que quizás se trate de una competencia subrepticia para ver quien es el/la más impuntual; "el último en llegar se lleva el trofeo del Rey de la Impuntualidad."

Si todos nacemos con una reserva de tiempo limitada ¿por qué algunas culturas defienden el tiempo y otras lo desobedecen? En Europa, por ejemplo, las costumbres sobre el uso del tiempo son distintas que en América Latina. Es un lugar común hablar de la puntualidad de los ingleses. Sin incurrir en generalizaciones, los anglosajones, calvinistas, odian perder el tiempo. Ellos son celosos de la exactitud, la precisión, el segundo y la puntualidad. Según Miguel Ángel Manrique, "los latinos, más entregados al ocio y la pereza, y en particular los colombianos, manejan el tiempo a su antojo, son más flexibles, desordenados, extendidos e impuntuales." Discrepo con él de manera categórica en que los latinos sean flojos, pues huelgan los ejemplos de latinos emprendedores e industriosos, quienes han conseguido lo que se habían propuesto gracias a su ética de trabajo y sentido de urgencia. Sin embargo, percibo un problema de proporciones monstruosas cuando muchos latinos internalizan la impuntualidad y tratan de justificarla diciendo "es que soy latino/a" o "el reloj latino anda diferente," algo que resulta chocante a los que sí son puntuales y cumplen con los horarios.

¿Nacen los latinos con un gen especial que los inclina a la impuntualidad? Yo considero que es una mala y tonta manera de justificar la impuntualidad de aquellos que parecen encontrar normal quedar mal con todos. He sufrido el aguijón de la impuntualidad de muchos durante el poco tiempo que llevo en Colombia, me exaspera tener que aguardar la gente y tengo como consigna llegar a tiempo, hacer el trabajo que se me asigna a tiempo, cumplir con mis fechas que me son estipuladas a la hora acordada. Y si alguna vez no lo logro es porque algo surgió un imprevisto fuera de mi control. No es que me esté halagando (¡modestia, apartate!) pero luego de cumplir, siempre cuando emerge una contingencia insisto por factores que no puedo controlar, he encontrado comprensión al respecto, lo que sin duda no encontraría si lo mío fuera, como lo de miles ¡ser impuntual!

Mi abuela me decía que, en el campo, ella se despertaba con el canto del gallo y se acostaba con el canto de los grillos. Mi madre, en cambio, educada en la ciudad, tenía un horrible despertador de cuerda que sonaba a las cinco de la mañana y que aterrorizaba a todo el barrio. Mi mellizo tiene un radio reloj que lo levantaba con música, pero ha aprendido a no usarlo y a despertarse de forma natural, siempre a la misma hora, algo que le envidio. En cambio, yo necesito, por lo menos, tres despertadores para levantarme. Todo con el fin de salir a aprovechar el tiempo.


¿Es un inútil aquel que pierde el tiempo, aquel que no respeta las reglas del reloj? ¿Es un vago quien no hace a cada segundo lo que le corresponde hacer? ¿Qué significa esa lógica? Es la lógica de la modernidad, lineal y cortante. Todo lo que se sale de ella está condenado al atraso. Esa es la ley de la modernidad: el acoso del tiempo. Si no se acata, los economistas afirman a rajatablas que se pierde productividad. "El acoso del tiempo," concepto acuñado de Miguel Ángel Manrique me recuerda a un cuento escrito por el ínclito novelista argentino, Julio Cortázar, "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj." Según él, cuando alguien te obsequia un reloj, "te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj." De acuerdo con esas elucubraciones, nosotros hemos terminado siendo esclavizados por el tiempo y condenados a acatar sus decretos restrictivos.

La puntualidad está del lado de la disciplina, del rigor y del orden. En cambio, la impuntualidad se ve como un defecto. Sin embargo, esta aparente imperfección nos ha evitado morir en accidentes aéreos y permitido tanto el encuentro casual con los amigos, como el disfrute de los placeres de última hora. En ese sentido, no nos ha importando postergar los supuestos beneficios de la modernidad. Desde el punto de vista cristiano, la impuntualidad constituye un deliz moral ya que le faltamos el respeto al tiempo de los demás, pero cuando transcurre de forma intencional puede ser la mano resguardándonos de calamidades peligrosas.

Hace tres años que en Lima, Perú, grupos de la sociedad civil en alianza con el gobierno peruano lanzaron una campaña llamada La Hora sin Demora, con la cual desean implementar una política a favor de la puntualidad. Los campanarios del centro histórico de Lima sonaron al unísono junto con sirenas y una lluvia de confeti. A esa misma hora todos los ciudadanos sincronizaron su reloj y emprendieron un compromiso, más que todo personal con la puntualidad y el respeto al tiempo de los demás. El presidente Alán García se presentó media hora tarde a la conferencia de prensa en la que se dio conocer la nueva iniciativa.

Hecho irónico que no deja de dar risa no sólo porque García fue quien le recriminó a Ollanta Humala, el ex candidato a la presidencia peruana, por haber llegado tarde al primer debate presidencial (su demora se debió a que estaba comiendo un emparedado en un sandwichería) sino también porque demuestra que pareciera que muchos latinoamericanos viven en el realismo mágico de García Márquez, tal vez el más famoso colombiano.

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