RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

martes, 14 de septiembre de 2010

Hacia un pleonasmo feminista e innecesario



Ayer tuve la oportunidad inenarrable de asistir a un evento de bienvenida a la legendaria Ángela Davis, quien considerada como uno de los íconos más emblemáticos de la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana, del antirracismo y del antisexismo. Ella no ha rehuído su bien ganada fama de radical, y al respecto, sus posiciones sobre Barack Obama han sido elocuentes, pero a la vez críticas. Al evento concurrieron muchos afrodescendientes, quienes han visto en ella una lucha que ellos libran a brazo partido contra el racismo que experimentan a diario aquí en Colombia. La función fue amenizada por varios grupos musicales que le agasajaron a Ángela Davis, manifestando su más sentido agradecimiento por haber liderado tales causas como la reforma al sistema carcelario, la lucha contra la pena de muerte y el respeto a las diferencias genéricas y raciales.


Sin embargo, el gozo que me embargaba por estar compartiendo el mismo espacio con un palandín de los derechos afroamericanos se vio por momentos empañado por una peculiaridad lingüística de los feministas: el total desconocimiento de la economía verbal. A cada rato escuchaba hasta el cansancio "nosotras y nosotros" o "negras y negros," lo cual, a mi juicio, me resulta redundante y idiómaticamente extremista. Entiendo a cabalidad que el hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a alterar sus usos. El lenguaje es el modo de comunicación a través del cual exteriorizamos lo que pensamos, sentimos y creemos, siendo uno de los moldeadores de nuestra conciencia. De igual forma comprendo y me solidarizo con las luchas feministas que han propendido por darle al género feminino el mismo pie de igualdad y proporcionarles con las mismas libertades y regalías de las que disfrutamos los hombres.

Aunque no me reconozca feminista, quiero de todos modos honrar ese legado, y porque pienso que este movimiento todavía puede aportar muchísimo a realizar el ideal de una sociedad diversa, igualitaria e incluyente –un oximoron (como libertad y orden), que no por utópico es un despropósito. Creo que feministas o no, todos debemos reconocer a nuestras antecesoras valientes que pusieron el pecho y los pechos a un mundo que no las incluía. Tal vez necesitemos del feminismo porque falta mucho terreno por recorrer en términos igualitarios, pues aún a muchas mujeres se les paga menos, las subestiman y son violentadas, en virtud de su sexo.

Si bien se me estruja el alma al enterarme de tales desgracias, muchos feministas se han pasado de la raya en su admirable intento por nivelar las oportunidades y hacerlas más asequibles para todos, sin distingos de género, cuando adulteran el idioma mediante el pleonasmo descomedido. Por razones de economía lingüística el español considera el masculino como género no marcado, es decir, sirve para abarcar ambos sexos, por lo tanto cuando decimos "todos los hombres son mortales" o "los derechos del niño deben ser protegidos" no estamos presuponiendo la inmortalidad de la mujer, ni se excluye a las niñas de dicha protección, sino haciendo un uso no restrictivo de hombres y niño que integra al común de los mortales. Según los feministas, esta tendencia plantea algunos dilemas. Por un lado, invisibiliza a las mujeres y genera ambigüedad en algunos enunciados, que debe ser aclarada por el contexto.

Se diga lo que se diga, el idioma castellano propiamente tal no es sexista. Se incurre en lenguaje sexista cuando el comunicante emite mensajes que, por su forma, es decir, las palabras escogidas o el modo de estructurarlas, resultan discriminatorios por razón de sexo. Reitero que la lengua española no es sexista, aunque sí lo es el uso que de ella se hace.

El género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por ejemplo, que "las personas tienen cerebro", aunque "personas" tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y aunque "cerebro" sea masculino de género, lo llevan por dentro los dos sexos por igual. Estoy en total alineamiento con las posturas de Héctor Abad Faciolince consignadas en artículo que "¿Colombianos y colombianas, ridículos y ridículas?" Afirma éste que "el órgano viril por excelencia, suele tener en castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos, pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es masculino."

Como el género, insisto, es un asunto gramatical y no sexual, hay una convención en varias lenguas occidentales (español, francés…) según la cual ante un número plural de personas, se usará, por economía lingüística, el género masculino, lo cual no excluye a las integrantes de ese grupo específico que tengan sexo femenino. Es completamente arbitrario el género gramatical y para constatar su arbitrariedad sólo basta analizar someramente otros idiomas occidentales como el italiano y el alemán. La palabra mano, en italiano, es femenina como en español, pero su plural (mani) usa la i, que es una típica terminación de género masculino. Se sabe que 'sol' es femenino en alemán (die Sonne, la sol), y luna se dice der Mond (es decir, el luna), y para mayor enredo, ni siquiera la palabra 'muchacha' es femenina, sino neutra: das Mädchen. Con esto el debate sobre el lenguaje incluyente queda categóricamente zanjado.

Mejor no nos enzarcemos en debates nimios e infructuosos sobre un lenguaje más incluyente, cuando lo que realmente nos debería alarmar es la inseguridad cívica que aqueja a los habitantes de las comunas en Medellín o el abuso sexual de niños (y de esto las niñas no se excluyen) tan rampante aquí en Colombia. Más nos vale que nos enfoquemos en asuntos más provechosos y menos triviales, cuyos resultados serán sin duda más trascendentales porque si usásemos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas, brutos y brutas, estúpidos y estúpidas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?

Creo que en este debate subyace un exceso de susceptibilidad de parte de algunas mujeres. Sé que no todas ellas se sienten excluidas cuando se usa el género masculino para el plural, por simple economía de lenguaje, y no para discriminar. Los argumentos de los feministas no me han persuadido; el pleonasmo feminista me parece redundante, feo e inútil y me lo seguirá pareciendo incluso si algún día (cuando las ranas críen pelo) logran ganar este debate, cosa que dudo.

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