RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

viernes, 24 de septiembre de 2010

Guerra de las Regiones (Bogotá, Medellín y Cali)


Al llegar a Cali te das cuenta de que valió la pena estar importunado tantas veces aquí en Colombia. Sencillamente inolvidable. Si pudiera regresar todos los años, sin pensarlo dos veces lo haría. Fue una ciudad que me hechizó por la amabilidad de su gente, la hermosura de sus mujeres trigueñas y el calor tórrido de su clima ecuatorial. Junto con mis compinches, Sol, Jeannie y Stephanie, conocimos muchos lugares y nos faltó más de la mitad, pues el motivo de nuestra visita fue asistir el 5to Festival Mundial de la Salsa.

Verdaderos momentos de emoción vivimos los que asistimos a la Plaza de Toros Cañaveralejo de Santiago de Cali con acrobacias y sincronía de los bailarines que encendieron la tarima en las categorías de parejas de cabaret, grupos de cabaret y ensamble. Concursantes de Colombia y del mundo entero (Tolima, Antioquia, Bogotá, Popayán, Santander de Quilichao, Cartagena, Nariño, Ecuador, Holanda, Japón y los Estados Unidos), hicieron acto de presencia y dieron lo mejor de sí durante la reñida competencia organizada por la Secretaría de Cultura de Cali. El público nos deleitamos con los coloridos trajes y el enajenante talento de las coreografías, a cargo de los grupos participantes al certamen. Después de haber presenciado tanta destreza y gracia al "tirar paso," me sigo preguntando como no quedarme en una ciudad donde los pies de la gente no caminan, sino bailan. A Cali siempre le guardaré afecto, pues paragonándola con Bogotá y Medellín, Cali me resulta mucho más latina mientras que Bogotá y Medellín son ciudades más europeas, aunque inequívocamente latinoamericanas.

En mi recorrido por estas tres urbes colombianas el regionalismo que caracteriza a las zonas en que se sitúan siempre salió al paso y escuché las más acrimoniosas críticas sobre los rolos, paisas y caleños. Al encaminarme al aeropuerto de Olaya Herrera para regresar a Bogotá después de haber pasado un fin de semana inolvidable en Medellín, el taxista que me llevaba me dijo de forma sardónica que "las rolas no se bañan, pues se untan con cualquier crema." En Cali, una amiga a quien estimo entrañable, despotricando contra la "avaricia" que caracteriza a los antioqueños me contó que "los paisas nunca te van a dar nada gratis." Aquí en Bogotá, los rolos me informaron que la hospitalidad de los paisas es "interesada" y que no debería confiarme demasiado de ellos, pues el recibimiento afectuosos que me dieron "se sustenta en la expectativa de que van a conseguir algo a cambio de su gentileza y urbanidad en su trato." Tradicionalmente, los regionalismos han generado estos recelos, sentimientos antagónicos y agrios debates, los cuales se ponen de manifiesto en los atributos que recíprocamente se endilgan al hacerse blancos de sus invectivas y libelos verbales.




Históricamente, los colombianos han sido gentes regionalistas a morir y todavía hoy, en diversos aspectos e instancias de la vida nacional, muchos sienten y actúan de este modo. En algunas partes del país, el regionalismo ha sido y es un sentimiento colectivo muy fuerte, al punto que hasta la misma noción de la patria, para muchos, llegar a tener más bien una primaria connotación de pueblo natal, de región o de departamento, fenómeno destacado por investigadores foráneos que lo señalan como un factor influyente que mucho ha contribuido a hacer elusivo y difuso el sentido de pertencia a la nación colombiana.

Este último punto yo lo constaté en carne propia cuando presencié que los caleños entonaban con más ahínco y entusiasmo el himno de Santiago de Cali que el himno nacional, el cual parecía que a muchos no les interesaba o lo tenían en poco. Intentando por todos los medios ocultar mi molestia, no pude más que quedarme cruzado de brazos mientras atestiguaba cómo los vendedores ambulantes seguían pregonando los descuentos que ofrecían por sus productos y los circunstantes continuaban embebidos en sus diálogos, cuando se suponía que debían revestirse de solemnidad y recato protocolario ante la interpretación del himno nacional.

Desde los albores mismos de la historia republicana, los regionalismos en Colombia han sido estimulados por una serie de factores como las determinantes geográficas, los complejos culturales y los intereses locales que, como poderosas fuerzas centrífugas, amenazaron con desintegrar la unidad del país y de hecho así lo consiguieron cuando lograron imponer el sistema federalista que tan nefastos resultados les deparó a los colombianos. El federalismo fue una corriente de opinión y una forma de organización geopolítica alimentadas precisamente de sentimientos regionalistas que, en determinadas coyunturas, llevaron a algunas provincias a declararse supremas y a erigirse como Estados Soberanos, como que en la Constitución de Rionegro del año 1863 se consagraron varios de ellos, los cuales podían tener moneda y ejército propios y proclamaban entre sus derechos fundamentales el muy extravagante por cierto de poder declararle la guerra a otros, lo cual coadyuvó virtualmente al desangramiento de Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX, culminado en la Guerra de los Mil Días en las postrimerías de dicha centuria.

El regionalismo ha aflorado mucho en la investigación que estoy adelantando. Parece que me estoy topando con él en cada página que hojeo, pues hoy me tocó releer un libro escrito por James Parsons, titulado La colonización antioqueña en el occidente de Colombia. Al explayarse con lujo de detalles sobre la caracterización de los antioqueños, afirma que "son sagaces, de un individualismo enérgico, y su genio colonizador y vigor han hecho de ellos el elemento dominador y más claramente definido de la república. Su aislamiento geográfico, largo y efectivo, en las montañas del interior de Colombia, se refleja en un definido tradicionalismo y en rasgos culturales peculiarísimos. Ser antioqueños significa para ellos más que ser colombianos."




El caso de los antioqueños es interesantísmos, pues ellos mismo se han atribuido el título de los "yanquis de Suramérica" y pensadores decimonónimos como José María Samper los había descrito como pobladoes "blancos, montañeros, conservadores, patriarcales, laboriosos, disciplinados y católicos." Este proceso de elaboración de representaciones parece haber sido muy eficaz pues estas son las ideas sobre una región y sus habitantes que quizás más durabilidad y arraigo han ostentado en el imaginario nacional; ello los ha controvertido en referentes de "progreso" e incluso en algunos casos, en modelo del "deber ser" para otras regiones del país.

En mi investigación, sostengo que el mito de la laboriosidad antioqueña motivó a muchos empresarios y políticos caucanos a estimular la inmigración de antioqueños, pues el Cauca no tenía población suficiente para ocupar los inmensos baldíos que lo conformaban. Según Alonso Valencia Llano, historiador de la Universidad del Valle, Sede Buenaventura, "esto obligó a desarrollar políticas tendientes a llevar población que explotara las riquezas de las selvas, lo que se dio en dos estrategias: la primera consistía en poblar las zonas de frontera con delincuentes originando la colonia penal e Boquía en la Municipalidad del Quindío y, la segunda, en la atracción de población de otros Estados como en el caso de los colonizadores antioqueños a quienes se les daba la ciudadanía caucana por una vecindad mayor a seis meses y la propiedad de los lotes que beneficiaran." Muchos se equivocan al aseverar que los antioqueños civilizaron estos terrenos baldíos por "su propia cuenta" y sin el respaldo del Estado, cuando los estudios de Valencia Llano y Nancy Appelbaum contradicen tales posturas. Diez minutos con un taxista bastaron para convencerme de que todos los que habitan el eje cafetero, considerado territorio culturalmente paisa, no son paisas. Pese a lo que creía antes, estos territorios no estaban completamente deshabitados como lo pinta la leyenda rosa. Como me comunicó el taxista, "uno puede ser quindiano o risaraldense sin ser paisa." A los antioqueños él los tildó de "avasalladores."

No quisiera extenderme demasiado en este tema que es sin lugar a dudas interesantísimo, no obstante más allá de sus diferencias de forma, liberales y conservadores soñaban con una nación de pobladores lo más blancos posibles y que, pese a que actualizaron muchas de las ideas derivadas del añejo pensamiento colonial europeo sobre la inferioridad de ciertas razas y territorios, no lograron apartarse por completo de ellas, ni de la organización socio-racial que se derivó de éstas ni del sistema de castas mediante el cual se clasificó y ordenó el mundo. Dilucidaré esto de manera más pormenorizada en futuras entradas, pero les quise dejar con este anticipo de lo que está por venir.

1 comentario:

  1. Concuerdo en que este tema de los regionalismos es muy apasionante, pero también estimo necesario exponer mis discrepancias con ciertos puntos de tu entrada: la primera, ¿Ciudades "más europeas? Perdóname pero, en las demás ciudades del llamado "triángulo de oro" el común denominador siempre ha sido, al igual que en Cali, el mestizaje. Realmente es muy pobre la sintonía entre el anhelo de figurar como "más europea" o "más blanca" por parte de ciertas regiones y su realidad étnica y demográfica, sobre todo en la actualidad cuando lo que las define es su carácter cosmopolita. La convergencia de blancos de origen español, indios y negros sumada la afluencia de europeos y asiáticos entre los s. XIX y XX han hecho esta diversidad posible.

    En lo personal, haber hecho de la salsa el principal estandarte cultural de Cali ha sido bastante desafortunado, pues ese género musical, con el respeto que se merecen sus seguidores, se ha hecho tan visible gracias en parte a la gestión de los gobiernos locales que ha terminado por tiranizar casi todos los espacios para la cultura de la ciudad, fraguando el actual estigma de "La capital de la salsa" que aleja a una ciudad tan diversa como Cali de otras manifestaciones culturales.

    En cuanto a la existencia y permanencia de los regionalismos, estoy de acuerdo, es una consecuencia natural de un país con un relieve tan intrincado, debido a la trifurcación de la Cordillera de los Andes; diferentes expresiones folclóricas, diferentes acentos, diferente gastronomía, e incluso diferentes maneras de interpretar el mundo que invitan a pensar si en realidad el destino de un país tan heterogéneo como Colombia es una conflictiva unidad nacional, o un Estado plurinacional, o la disolución total.

    Saludos.

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