RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

domingo, 30 de enero de 2011

Colombia: país de las ovejas amordazadas

Caben aquí unas glosas sobre un artículo noticioso que me ha dejado intrigadísimo sobre la idiosincrasia colombiana. Esta mañana, cuando me alistaba a armar unas diapositivas para unos talleres culturales, me topé con un artículo escrito por María Jimena Duzán, una columnista de SEMANA conocídisima por el contenido altamente polémico de sus notas de opinión. El artículo en cuestión, titulado "¿por qué los colombianos nos aguantamos todo?," puso en diálogo varias tendencias de color local que he venido detectando desde mi arribo a Colombia como, por ejemplo, estoicismo proverbial con que toleran los colombianos las penalidades con las que se ven enfrentados del orden diario sin siquiera inmutarse ni musitar un solo reclamo. 

Me percaté del grado de abnegación que caracteriza a los bogotanos el otro día cuando me dirigía a la Universidad de los Andes en buseta. Lastimosamente, me tocó un conductor bien "huache" que se metía bruscamente entre los carriles, cruzaba los semáforos en rojo sin amagar la menor deferencia a los peatones e insistía de manera incorregible en recoger a pasajeros pese al tamaño reducídismo del medio de transporte no daba abasto para acomodar a tantos. 

Para colmo de males, la rapidez con que manejaba me paracía terriblemente espeluznante, por lo que me acerqué a la cabina de conducción para solicitarle de la manera más comodida que aminorara su velocidad, pues varios pasajeros hace rato venían refunfuñando de su brusquedad, la que nos tenían a todos lastimados por sus maniobras toscas y mal ejecutadas. Apenas había formulado la queja, una señora farfulló entre dientes que si no me gustaba la forma como manejaba el conductor, que cogiera taxi. Me dio pasmo escuchar tal reconvención, pues resulta que dicha señora era la que más se quejaba de la conducción agresiva a la que todos estábamos sujetos. 

A mi entender, los colombianos aguantan todo y se ensañan contra los que sí protestamos, así sea en aras del beneficio colectivo. He librado una batalla a brazo partido contra la comparación entre EEUU y Colombia en la que suelo caer, pero no resisto las ganas. Es más, uno entiende a partir de lo que uno conoce como fue la tarea que les tocó a los conquistadores españoles de describir, lo más detalladamente posible, cosas jamás vistas por los habitantes del "Viejo Mundo," una tarea que sin duda conllevó dificultades de tamañas proporciones.

Los estadounidenses somos otro parche. Siempre he creído que somos un pueblo altamente contestatario. En Estados Unidos, país del que soy orgullosamente oriundo, la BP quedó herida de muerte por cuenta de las protestas de cientos de pescadores cuyo bienestar quedó gravemente lesionado por el derrame de petróleo, ocasionado por la irresponsabilidad administrativa y codicia lucrativa de la empresa. Lo sólo lograron a punta de quejas la millonaria indemnización que le exigieron al gobierno de Obama sino propiciaron la salida del país de BP.

Según la autora, los bogotanos siguen aguantándose un Pico y Placa que hace rato dejó de servir, y al cuestionado Alcalde nadie lo increpa. El problema con las losas de TransMilenio nos ha dejado una autopista inservible y en constante remiendo, pero el responsable de este descalabro es hoy uno de los candidatos más opcionados en las encuestas a la Alcaldía de Bogotá. ¿Alguien ha salido indignado a protestar por esta debacle infraestructural? ¿Acaso alguien puso un grito en el cielo para sustentar su rechazo enérgico a estas obras que están lejos de ser concluidas y terminan exacerbando la congestión del tráfico?  

Tras la tregua vacacional, he tenido la oportunidad de probar en carne y hueso el caos en el que se ha convertido Bogotá. La capital siempre me ha intrigado por su cultural, su herencia colonial y su español castizo y depurado, pero los interminables trancones, el flujo garrafal de pasajeros y el levantamiento transitorio del Pico y Plata, me han borrado la sonrisa y me hicieron caer en cuenta que Bogotá es un fracaso de infraestructura.

Con cada día que pasa más me estoy convinciendo de que en Colombia las protestas cotidianas no tienen cabida ni eco. Me di cuenta de que al tratar de exigir la devolución de un plantal que había derrocado en una librería por un libro que estaba totalmente rayado a pesar de haber sido envuelto en un envase de plástico. Me miraron como si tuviese tres cabezas, lo cual me dio la sensación de que me veían como un vivo que estaba tratando de sacarle partido a las circunstancias. Me tocó dialogar largo rato con el gerente y apenas se enteró de que era estadounidense cambió de tonito y me consentió en el pedido.

Termino citando en su totalidad el penúltimo párrafo del artículo. "Protestar en Colombia no solo desafía la cultura establecida, sino que lo convierte a uno en un perro a cuadros. Uno no encuentra ni los lugares precisos, ni las instituciones que reciban esa protesta y la tomen en serio. ¿A cuántos de ustedes no les ha pasado que cuando van a protestar por una cuenta de gas o de luz que supera lo normal, lo primero que hace la persona encarcagada es darle a uno a entender que la protesta no es válida y que uno es el equivocado? Las veces que yo he hecho el reclamo me ha tocado prácticamente probar que no soy una antisocial que quiere robarle chichiguas a la empresa en cuestión. ¿Han intentado hacer un reclamo en Comcel o en Movistar sin terminar convertidos en una especie de apátridas?"

De acuerdo con lo que me dijo un gamín de la Jiménez, Colombia es definitamente el país de las ovejas amordazadas.

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