RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

lunes, 24 de enero de 2011

Si somos iguales, iguales debemos morir

Estoy aguandando la llamada de una amiga que me va a confirmar su hora de asistencia para que rumbeamos junticos esta noche, pero por mientras quería aprovechar de este espacio para plasmar mis apreciaciones sobre un nefasto acontecimiento que tiene el país entero estremecido. El asesinato de dos estudiantes bogotanos en San Bernardo del Viento (Córdoba) pone trágicamente de relieve el régimen de terror bajo cuyo puño de hierro viven innumerables zonas del país. 

Lastimosamente, estos dos estudiantes biólogos, afiliados a la Universidad de los Andes, se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Al parecer, Mateo Malamata y Margarita Gómez estaban adelantando sus respectivos trabajos de preparación para sus proyectos de grado y emprendieron rumbo hacia la Costa Cordobesa para hacerse cargo de un manatí. Pero detrás de estas playas paradisíacas gravitaba un mundo sumido en la violencia, en el que los asesinatos, el narcotráfico y los enfrentamientos armados eran el pan de cada día. 

Este ambiente altamente enrarecido por la violencia se debe en gran medida a la desmovilización paramilitar. Pese a los comentarios ilusos y de dudosa veracidad que se han popularizado en las noticias, los paramilitares no se han desaparecido del todo sino que la desmovilización negociada con Uribe atomizó su estructura organizacional y generó focos diminutos que detentan un poder casi incontestable sobre amplias zonas del país, como el Departamento de Córdoba. Para los que no están familiarizados con el acontecer colombiano, el término "desmovilización" describe un proceso por el cual una tropa irregular, sea insurgente o paramilitar, capitula, es decir, deja de ejercer su actividad belicosa. Tras el desmonte de las AUC, acaecido en 2006, han surgido nuevas estructuras que aglomerana narcotraficantes, sicarios y desmovilizados. 

Las dos agrupaciones que gobieran de manera inmisericorde las zonas ribereñas de Córdoba a guisa de un duunvirato son los Urabeños, respaldados por las Águilas Negras, y los Paisas, quienes se encuentran coligados con los Rastrojos, del Valle del Cauca. Estos dos bandos se disputan la soberanía territorial de amplísimas zonas de Córdoba, manejados por poderosos cabecillas que carecen de rostro, pero cuya capacidad destructiva es descomunal. Puesto que el departamento cordobés constituye un punto estratégico en el traspaso de sustancias ilícitas de Colombia a Panamá, la lucha reñida que se ha dado por adjudicarse la hegemonía de esta zona de incalculable valor para el narcotráfico ha sembrado un cambio drástico en la idiosincrasia tranquila de los cordobeses. Hoy la gente vive sumida en el miedo, pues los crímenes no respetan ni tienen distingo del estrato, de la raza y ni del género de quienes caen muertos.

Las muertes inesperadas de estos dos estudiantes pusieron al descubierto la ineficacia del dinero en resguardarnos de los peligros que andan acechando a no pocos colombianos. Si bien, me apesadumbraron sobremanera los asesinatos de estos dos inocentes estudiantes, pero me generó malestar las recientes actuaciones del presidente Santos. En un gesto de condolencia, que muchos interpretaron como muestra de su solidaridad con la élite bogotana, tomó la decisión de doblar la recompensa que se ofrecía a cambio de cualquier atisbo que llevara a la pronta captura de los culpables. De $250 millones pasó a $500 millones.


A mi juicio, Santos metió la pata, pero hasta el fondo, pues. Fue un craso error de su parte haber aumentado la recompensa a esa exorbitante cantidad, pues terminó echándole sal en las llagas que llevan muchísimos colombianos que no cuentan con los recursos para dar con el paradero que quienes propiciaron la muerte a sus seres queridos. Seguramente se preguntaron, ¿qué tienen ellos que los hace tan especiales? ¿De qué categoría de colombianos son para merecer ese inusitado despliegue abriendo emisión de noticieros y la astronómica recompensa?

Hasta la Gobernadora de Córdoba, indignada por la falta de tacto del presidente y de los medios comunicativos, terció en el debate y planteó los siguientes interrogantes que encuentro sensatos y a tono con la realidad que se está viviendo en el territorio bajo su jurisdicción, ¿y dónde estaban los medios de comunicación nacionales que no se dieron cuenta de los más de 500 asesinatos en el departamento de Córdoba que no merecen este despliegue ni recompensas millonarias? ¿Por qué sí ‘notaron’ a los dos bogotanos y al resto de los muertos los ignoran?” 

Al parecer, la canción salsera, "Somos Iguales," no gozó de gran acogida aquí en Colombia, pues el grado de discriminación tan marcado y prepotente que acusa este caso me parece escandolosísimo e indicativo de la brecha que separan los colombianos pudientes de los colombianos perdedores. Con toda razón, estos dos asesinatos despiadados deben revestirse del repudio nacional y seré el primero en hacer un llamado enérgico a que todo el rigor de la ley se aplique en el debido encausamiento de los responsables. Sin embargo, a raíz de los homicidios, lo que sí se ha quedado claro es que aquí en Colombia existen ciudadanos de primera, cuyas imágenes se acaparan las portadas de revistas y periódicos, y ciudadanos de segunda, cuyas voces de protesta se quedarán silenciadas bajo el frío manto de la indiferencia y el desinterés.

El abuelo empresario, entendiblemente condolido por la pérdida de su nieto, invirtió copiasas cantidades de peculio en hacer de su muerte una "tragedia nacional." Las imágenes de su féretro cubierto de flores conquistaron primeras páginas en periódicos y primer plano en emisiones de noticieros. Esto dista mucho del asesinato del nieto del alcalde de Puerto Asís, cuya muerte mereció unos míseros $50 millones. Ahora me pregunto, ¿no valían sus respectivas vidas lo mismo? Cada vez más me estoy convinciendo de que llegué a "un" país, pero saldré de "dos," pues Colombia es una moneda de dos caras, una pujante y adinerada, la otra paupérrima e invisibilizada.

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