RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

viernes, 7 de enero de 2011

¿Qué es lo que tiene Cali?

Interrumpo mi lectura de Fronteras Imaginadas, escrito por Alfonso Múnera, para detallar un poco las peripecias de mis viajes por Colombia ocurridos el mes pasado. Confieso que Colombia, un territorio risueño bañado por las aguas diáfanas de dos océanos y atravesado por tres escarpadas cordilleras que se desparraman por el país como un tridente rocoso, me ha embrujado los sentidos y cautivado todos mis afectos. Colombia no sólo conquista a los turistas con su megabiodiversidad y el carácter ubérrimo de su suelo, sino por la amabilidad de sus habitantes que se prestan presurosos a orientar a un turista extraviado sin que se les tenga que torcer el brazo.

Hoy en Bogotá ha llovido a cántaros todo el santo día sin que diera tregua. En Bogotá los aguaceros son aislados y luego de un par de días de lluvia incesante suelen amainar antes de volver a anunciarse con insistentes lloviznas. Estas lluvias han sido muy atípicas aunque le den validez a la caracterización que le dio Gabriel García Márquez a Bogotá como la "Ciudad Gris." Me temo de que vayan a tener que recurrir a medios quirúrgicos para quitarme el paraguas de la mano, el cual me veo obligado a portar siempre.


Bogotá es una ciudad peculiar por excelencia. Les juro que en un día he sentido todas las estaciones. Tan pronto uno llegue a Bogotá, su piel percibirá un cierto aire otoñal que embarga el ambiente, o con una temperatura parecida a la primavera incipiente. Pero, es sólo por semejanza, pues aquí no hay estaciones. Más le vale a uno que se aprenda la jerga meteorológica: en Bogotá, la llovizna es pertinaz, la lluvia es aislada, llover a chorros es un aguaceros y a la corriente de aire frío que cala los huesos después de las cinco de la tarde, hora que coincide con el arranque de los trancones, se le llama chiflón.     


Cambio bruscamente de tema para narrar los detalles de mi viaje más reciente a Cali, Capital Mundial de la Salsa. Cuando me dejé ver en Cali por unos días, por pura casualidad, la Feria de la Salsa se había volcado a las calles, convirtiéndose en territorio de encuentro en una ciudad rota y escindida por abismos socio-raciales. Pese a sus detractores, yo le guardo mucho respeto al alcalde Jorge Iván Ospina por haber propuesto colonizar con el alumbrado navideño una zona económicamente deprimida y estigmatizada por el hampa y la marginalidad para forzar a la gente a reevaluarla y verla de otra manera. Retomó la vieja carrilera del tren, abandonada y en desuso, que atraviesa barrios acechados por la pobreza y la convirtió en pasaje iluminado que invita al encuentro de unos con otros, los que en la vida contidiana ni siquiera se rozarían. 


Como bien saben, Santiago de Cali, en el Valle del Cauca, es el epicentro del suroccidente colombiano y uno de los principales centros económicos e industriales del país. Enmarcada por la Cordillera Occidental y el Mar Pacífico, su región tiene variedad de climas y un destino para cada tipo de viajero, con playas, tradición histórica, aventura, destinos ecológicos y cultura.


Nadie ha podido determinar con exactitud en dónde radica ese algo especial, ese particular encanto que embruja y hechiza al visitante, haciendo de Cali una ciudad única, distinta a todas las grandes urbes de Colombia. Para algunos la magia estriba en su clima placentero, suave en las montañas, cálido a ciertas horas del día y refrescante al atardecer y en sus noches. Otros discreparían con esa estimación y atribuirían el encanto de Cali a su entorno bucólico, su incomparable paisaje en medio de dilatadas llanuras y la despampanante belleza de sus farallones.  


Yo diría que el encanto de Cali gravita sobre la Salsa. Hace más de 40 años esta corriente musical ha congregado a negros, blancos, mestizos, emigrantes y raizales en Juanchito para hacerle eco a ritmos entonados por Willie Colón, Héctor Lavoe, Richie Ray, La Fania y Celia Cruz. Esta cadencia afroantillana se desembarcaba en Buenaventura y se caleñizaba en las casetas de la Feria de Cali. Según María Elvira Bonilla, "la Feria, desde el espacio público y de la mano de la música, especialmente de la Salsa, se convierte en el vaso comunitario, el canal de comunicación, logra lo que no ha conseguido la política: superar la polarización y el resentimiento." En el Salsódromo, con el que se da inicio al jolgorio decembrino, se deshacen las barreras.


Presencié un desfile casi inacabable de muchachos de las barriadas, bailando, llenos de gracia y destreza. Estos jóvenes son innovadores en su estilo de bailar, creativos en vestuarios y coreografías, que reflejan lo profundo de una tradición que se ha ido perfeccionado en las más de 400 escuelas de Salsa, formadas espontáneamente en los barrios populares de Cali. Según muchos caleños, el desfile salsero es hijo de al menos dos generaciones de caleños bailando, sin que nada las detenga, como si la Salsa se hubiese convertido en una forma de resistencia a las tensiones, el deterioro, la violencia y la depresión que ha vivido Cali. Es otra Cali la que baila, una Cali viva que no da el brazo a torcer ni ante el peor de los reveses. Es, pues, la Salsa un medio cadencioso orientado a reinvidicar una identidad perdida, el cual es capaz de construir puentes rotos y restañar heridas.
Cali, la Sultana del Valle, la Sucursal del Cielo, siempre ocupará un lugar privilegiado dentro de mi corazón, que recitará el conocidísimo refrán hasta la saciedad, Cali es Cali, lo demás es loma.

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