RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

miércoles, 2 de febrero de 2011

Mito = Mentira

"Es que Colombia necesita un mito fundacional," ésa fue la enjundia conceptual de un debate en el que participaron cuatro historiadores que fungen de docentes en la Universidad de los Andes y en la Universidad del Externado. Si bien las opiniones que exteriorizaron dichos académicos eran encontradas sobre sí el Bicentenario ameritaba ser celebrada, me resultó interesantísimo el punto de vista de uno de ellos que enfatizó hasta la saciedad la importancia que entrañaba un mito fundacional con el que todos los colombianos pudieran identificarse. 

En lo personal, me desagrada la palabra "mito." Me parece sumamente problemático su uso, pues "mito" es, a mi juicio, sinónimo de "mentira," la cual no puede formar un cimiento sólido sobre el que se funda una nación. Según la Real Academia Española, un mito es una "narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad." Seguramente los politólogos afirmarían que un "mito" debería entenderse como un conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo. Entendámoslo como queramos entenderlo, si lo condensamos a su forma más rudimentaria, seguirá siendo una llana e inocultable mentira.

Pero como dijo el evangelista del nazismo, Joseph Goebbels, "una mentira repetida mil veces se vuelve una verdad." Goebbels ocupaba el cargo del ministro de propaganda de la Alemania Nazi y cumplía el papel importantísmo de controlar los medios de comunicación para así inculcarle al pueblo alemán de aquel entonces los principios altamente xenofóbicos del nazismo. Como es bien sabido de todos, aquella facultad implicaba generar sentimientos de orgullo infudados, así como provocar animosidades donde no las había, con el fin de inducir ideas y crear consensos sobre temas que tergiversaban la realidad de los hechos.

Me molestó sobremanera que uno de los académicos en cuestión trajera a colación el ejemplo de EEUU y las repercusiones del "mito de la potencia." Dijo que la fuerza del discurso de Obama es que logra integrar el mito de la excepcionalidad estadounidense en una promesa que sigue vigente, la cual es la búsqueda de la libertad. Si bien, EEUU posee muchas cualidades admirables y dignas de ser replicadas en los demás países del mundo, comentarios de esta ralea ponen de relieve el abismal desconocimiento que existe referente a la fundación de los EEUU. 

Esa búsqueda tan anhelada de la libertad evidenciada por los signatarios de la Constitución de los EEUU no tomó en cuenta a los miles de hombres y mujeres de ascendencia africana que languidecían bajo el opresivo yugo de la esclavitud. Al mismo tiempo que se ponían en plan de fundar una sociedad destinada a convertirse en una gran democracia política, esos hombres importaban la más grande antítesis de tal democracia, la esclavitud y la servidumbre hereditaria y, en la mayoría de los casos, vitalicia. Nunca pudieron haber previsto que la introducción del trabajo esclavo provocaría a la postre los horrores inenarrables de la Guerra Civil, precipitaría el principal problema social de la sociedad norteamericana y, en crisis sucesivas, amenazaría la vitalidad y la respetabilidad de la democracia de los EEUU.  

Thomas Jefferson, el 3er presidente de los EEUU, demócrata de clara visión, puso el dedo en la llaga al decir que cuando le tocaba pensar en la "institución peculiar" de la esclavitud "temblaba por la suerte de su país." Dicho esto, sostengo que los mitos son sólo eso; mitos sin pies ni cabeza que no retienen su agua a la hora del escrutinio histórico. 

La revolución gringa propició un cambio político, pero no social, que fue lo que ocurrió aquí en Colombia, país donde me encuentro radicado hace ya seis meses. Aunque algunos historiadores han pretendido hacer de la revolución de 1810, una revolución de verdad, si yo fuera ellos, adoptaría una postura mucho más escéptico frente a dicho acontecimiento. Cuando abordamos el tema de la Independencia de Colombia, nos estamos refiriendo a un momento en el cual ciertos problemas centrales del orden social se mantuvieron iguales o empeoraron en términos de igualdad, de derechos, de ciudadanía. 

Este punto es neurálgico para la investigación que estoy adelantando sobre las representaciones de la afrodescendencia aquí en Colombia. Sin explayarme mucho, a los afrodescendientes les significaba más la obtención de la ciudadanía que a las élites criollas, que liberadas de España y promulgada la república, no tenían la más mínima intención de aclimitar en la vida diaria el ideario republicano de la igualdad proclamado "vehementemente"  por ellas. No sólo mantuvieron la exclusión de afrodescendientes, sino que la exacerbaron mediante discursos altamente xenofóbicos, por medio de los cuales "se racializaron" las regiones y "se inferiorizaron" sus habitantes. 

Ahondaré más en el tema en otras entradas, sin embargo criollos ilustrados como Franciso José de Caldas, José María Samper, Manuel Ancízar y Salvador Camacho Roldán, por sólo mencionar algunos, se imaginaron una historia, cuyo énfasis estribaba en construir un "mito diferenciador" en el cual se le asignaba al espacio geográfico que se construía como hegemónico todas las virtudes asociadas con el proyecto civilizador y modernizante (Bogotá, Popayán, Tunja,...), mientras que a la otra geografía (Cali, Patía, Chocó,...), a esa periferia que constituía paradójicamente, en el caso de Colombia, en tres cuartas partes del territorio nacional, se la degradaba hasta el punto de negarle cualquier posibilidad de redención.

Espero no haberlos confundido mucho, pero lo que encontramos en Colombia después de la independencia es un territorio terriblemente escindido por tensiones socio-raciales en las que unas zonas eran apreciadas por su cultura y reputadas como "cunas de civilización" mientras otras fueron sistemáticamente denigradas, inferiorizadas, satanizadas y excluidas del espacio de la nación civilizada. No es de extrañeza que estos territorios deslucidos y tenidos en menos eran y siguien siendo habitados por individuos en los que se detectan las improntas de los amerindios y africanos. 

Por eso, me solidarizo enérgicamente con los afrocolombianos e indígenas que claman de manera justificada "yo no estoy celebrando nada porque no hay nada que celebrar." El mismo académico concluyó su perorata con una infame cita: "si los negros pueden aparecer como marginados es porque hay la promesa de la igualdad. La revolución funda el ideal de igualdad." A mí me genera mucha preocupación su uso del verbo "aparecer" porque me da a entender que está poniendo en tela de juicio la condición de marginada en que vive la gran mayoría de afrocolombianos. Concuerdo con él en que la revolución sí funda el ideal de la igualdad, pero no la materializa, que fue exactamente lo que no ocurrió en Colombia y en los EEUU. 

Mejor no fundemos las naciones sobre los cimientos resbaladizos y poco confiables de los "mitos" que son sólo mentiras mejor maquilladas, orientadas a inducir sentimientos de dicha y de bienestar y que terminan oscureciendo las verdades crudas y menos estéticas. Recordemos que "cubrir una falta con una mentirilla, es reemplaza una mancha con un agujero."

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