"Rebosa en mi corazón un tema bueno; al rey dirijo mis versos; mi lengua es como pluma de escribiente muy ligero." (Salmo 45:1)
RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst
lunes, 28 de febrero de 2011
jueves, 24 de febrero de 2011
miércoles, 23 de febrero de 2011
Raza, Guerrillas y la Comisión Corográfica de 1850
Valiéndome de un coloquialismo colombiano, estoy prácticamente en la inmunda. Mañana tengo un control de lecturas en un curso en que me he inscrito en la Universidad de los Andes y me encuentro supremamente impreparado, pues no he realizado las lecturas en su debido momento. Sin embargo, la profesora nos permitió formularnos una pregunta a nosotros mismos para que, por lo menos, tuviésemos asegurada la mitad de la nota que representa el 20% de la calificación final. El interrogante que nos planteamos es el siguiente: ¿Cómo se refleja la exclusión planteada por la Comisión Corográfica en la conformación de las guerrillas liberales? Ustedes encontrarán la respuesta a continuación.
La segunda mitad del siglo XIX fue un período altamente convulsionado por las animosidades bipartidistas que en repetidas ocasiones devinieron en cruentas conflagraciones. Perdida la guerra y el poder en 1885, el liberalismo quedó al margen de la administración y empezó a padecer las acciones excluyentes llevadas a cabo por su oponente político, el Partido Conservador, que tomaba su relevo en el gobierno y se disponía a emprender una serie de proyectos para perpetuarse en el poder.
Aunada al exclusivismo que caracterizaba a los conservadores, fue la tarea a la que ellos se abocaron por construir un lenguaje socio-político centralista encaminado a "regenerar" a la población, del que numerosos políticos, escritores e intelectuales de la época fueron imbuidos.
Dicha idea de centralizar subsumía o contemplaba algunos de los tropos fundamentales que caracterizan la época: "civilizar, educar, "domesticar," pacificar, controlar o someter al bárbaro."
La campaña regenerativa del conservatismo en las postrimerías del siglo XIX guarda mucha atingencia con los hallazgos de la Comisión Corográfica. El 21 de enero de 1850 bajo la dirección del ingeniero italiano Agustín Codazzi, se dio inicio a un proyecto que buscaba construir la carta geográfica que facilitaría la explotación económica del territorio nacional. Dicha Comisión se comprometía ante la nación de suministrar, lo más detalladamente posible, información sobre la geografía física y política de las provincias y cantones que componían la república.
Pero también, en los diarios de campo y en los informes, se consignaban apreciaciones de la geografía moral y humana de estos territorios. Así, al lado de las descripciones sobre ríos, bosques, valles, quebradas y pantanos; de las anotaciones sobre las ventajas para la comercialización de ciertos productos en determinadas regiones, aparecían apreciaciones sobre el carácter de los habitantes de los territorios y sus condiciones para la civilización y el progreso de la nación.
Si bien los hallazgos de la Comisión Corográfica gozaron de gran acogida entre los intelectuales de la época, dejaron sentada la absoluta barbarie de las tierras bajas y tórridas que eran tachadas de "atrasadas" e "insalubres" en compulsación con la supuesta civilización que destilaban las zonas andinas. Curiosamente, las zonas "atrasadas" eran habitadas mayoritariamente por afrodescendientes y amerindios mientras que los blancos/mestizos se asentaban en las franjas accidentadas de los Andes.
Más allá de centralizar a la población, una iniciativa malograda desde su comienzo, los proyectos regeneradores terminaron por hacer evidente la visión peyorativa sobre la población multiétnica del país que fungía como una limitante en la tarea de construir la nación. Afanados por distanciarse de la población heterogénea y marginada del territorio nacional y proyectar una imagen ante el mundo de un pueblo culto y civilizado, los intelectuales, muchos de los cuales también hacían las veces de políticos, fortalecieron los estereotipos sobre los afrodescendientes e indígenas.
Asimismo, los conservadores emplearon otra maniobra malévola en aras de la exclusión de amplios sectores del electorado al modificar los requisitos exigibles para poder ser elector: el que se tuviera que tener 21 años de edad, fuese capaz de leer y escribir; que poseyera un ingreso anual mínimo de $500; o fuese propietario de un bien que superara el valor de los $1.500.
Estos requerimientos eran abiertamente excluyentes e imposibilitaron a muchos a que ejercieran el sufragio, pues muy pocos individuos en Colombia en aquel entonces reunían las condiciones estipuladas. Esto generó un ambiente altamente polarizado y hizo que muchos se decantasen por el liberalismo y engrosaran las filas de las fuerzas guerrilleras. Estas agrupaciones irregulares estuvieron constituidas de manera fundamental por hombres sin tierra o por pequeños propietarios y colonos, casi en su mayoría iletrados, los cuales llegaron a los campamentos movidos ya por la voluntad del patrón o del caudillo local, o por la fuerza de las circunstancias y el ciego sectarismo político, ya que el ideario de la dirigencia restauradora era ignorado por el combatiente raso promedio.
Cabe señalar igualmente que muchos de estos "hombres sin tierra" eran racialmente hídridos, quienes encontraron en el liberalismo un sendero a la igualdad socio-económica, pues los dirigentes de dicho partido les hacían muchas promesas esperanzadoras sobre las reformas que implementarían si contasen con el apoyo popular en el derrocamiento del establecimiento conservador. Los afrodescendientes e indígenas conformaron dos grandes núcleos culturales con los que de manera significativa se nutrieron las guerrillleras en la Guerra de los Mil Días. El liberalismo logró captar las simpatías de los indígenas y los afros a cambio de promesas sobre modificaciones en las cargas impositivas, en el reconocimiento de tierras usurpadas en sus resguardos, en el desmonte de monopolios, etc.
En síntesis, la Comisión Corográfica de 1850 coadyuvó a azuzar el ambiente político y dotar de contenidos altamente racistas a regiones del territorio nacional tenidas por atrasadas e poco proclives al progreso. Muchos hombres que hacían parte de las minorías étnicas se alistaron como combatientes en las guerrillas porque se sentían excluidos por su "color" y su "baja extracción social" que les impidieron el voto y el pleno goce de sus derechos constitucionales. La escasez de soldados regulares, la impreparación de los bandos en pugna y el desespero de la dirigencia liberal se convergieron para posibilitar la formación de fuerzas guerrilleras, conformadas de manera considerable por individuos denigrados e inferiorizados por los hallazgos que arrojó la Comisión Corográfica de 1850.
La segunda mitad del siglo XIX fue un período altamente convulsionado por las animosidades bipartidistas que en repetidas ocasiones devinieron en cruentas conflagraciones. Perdida la guerra y el poder en 1885, el liberalismo quedó al margen de la administración y empezó a padecer las acciones excluyentes llevadas a cabo por su oponente político, el Partido Conservador, que tomaba su relevo en el gobierno y se disponía a emprender una serie de proyectos para perpetuarse en el poder.
Aunada al exclusivismo que caracterizaba a los conservadores, fue la tarea a la que ellos se abocaron por construir un lenguaje socio-político centralista encaminado a "regenerar" a la población, del que numerosos políticos, escritores e intelectuales de la época fueron imbuidos.
Dicha idea de centralizar subsumía o contemplaba algunos de los tropos fundamentales que caracterizan la época: "civilizar, educar, "domesticar," pacificar, controlar o someter al bárbaro."
La campaña regenerativa del conservatismo en las postrimerías del siglo XIX guarda mucha atingencia con los hallazgos de la Comisión Corográfica. El 21 de enero de 1850 bajo la dirección del ingeniero italiano Agustín Codazzi, se dio inicio a un proyecto que buscaba construir la carta geográfica que facilitaría la explotación económica del territorio nacional. Dicha Comisión se comprometía ante la nación de suministrar, lo más detalladamente posible, información sobre la geografía física y política de las provincias y cantones que componían la república.
Pero también, en los diarios de campo y en los informes, se consignaban apreciaciones de la geografía moral y humana de estos territorios. Así, al lado de las descripciones sobre ríos, bosques, valles, quebradas y pantanos; de las anotaciones sobre las ventajas para la comercialización de ciertos productos en determinadas regiones, aparecían apreciaciones sobre el carácter de los habitantes de los territorios y sus condiciones para la civilización y el progreso de la nación.
Si bien los hallazgos de la Comisión Corográfica gozaron de gran acogida entre los intelectuales de la época, dejaron sentada la absoluta barbarie de las tierras bajas y tórridas que eran tachadas de "atrasadas" e "insalubres" en compulsación con la supuesta civilización que destilaban las zonas andinas. Curiosamente, las zonas "atrasadas" eran habitadas mayoritariamente por afrodescendientes y amerindios mientras que los blancos/mestizos se asentaban en las franjas accidentadas de los Andes.
Más allá de centralizar a la población, una iniciativa malograda desde su comienzo, los proyectos regeneradores terminaron por hacer evidente la visión peyorativa sobre la población multiétnica del país que fungía como una limitante en la tarea de construir la nación. Afanados por distanciarse de la población heterogénea y marginada del territorio nacional y proyectar una imagen ante el mundo de un pueblo culto y civilizado, los intelectuales, muchos de los cuales también hacían las veces de políticos, fortalecieron los estereotipos sobre los afrodescendientes e indígenas.
Asimismo, los conservadores emplearon otra maniobra malévola en aras de la exclusión de amplios sectores del electorado al modificar los requisitos exigibles para poder ser elector: el que se tuviera que tener 21 años de edad, fuese capaz de leer y escribir; que poseyera un ingreso anual mínimo de $500; o fuese propietario de un bien que superara el valor de los $1.500.
Estos requerimientos eran abiertamente excluyentes e imposibilitaron a muchos a que ejercieran el sufragio, pues muy pocos individuos en Colombia en aquel entonces reunían las condiciones estipuladas. Esto generó un ambiente altamente polarizado y hizo que muchos se decantasen por el liberalismo y engrosaran las filas de las fuerzas guerrilleras. Estas agrupaciones irregulares estuvieron constituidas de manera fundamental por hombres sin tierra o por pequeños propietarios y colonos, casi en su mayoría iletrados, los cuales llegaron a los campamentos movidos ya por la voluntad del patrón o del caudillo local, o por la fuerza de las circunstancias y el ciego sectarismo político, ya que el ideario de la dirigencia restauradora era ignorado por el combatiente raso promedio.
Cabe señalar igualmente que muchos de estos "hombres sin tierra" eran racialmente hídridos, quienes encontraron en el liberalismo un sendero a la igualdad socio-económica, pues los dirigentes de dicho partido les hacían muchas promesas esperanzadoras sobre las reformas que implementarían si contasen con el apoyo popular en el derrocamiento del establecimiento conservador. Los afrodescendientes e indígenas conformaron dos grandes núcleos culturales con los que de manera significativa se nutrieron las guerrillleras en la Guerra de los Mil Días. El liberalismo logró captar las simpatías de los indígenas y los afros a cambio de promesas sobre modificaciones en las cargas impositivas, en el reconocimiento de tierras usurpadas en sus resguardos, en el desmonte de monopolios, etc.
En síntesis, la Comisión Corográfica de 1850 coadyuvó a azuzar el ambiente político y dotar de contenidos altamente racistas a regiones del territorio nacional tenidas por atrasadas e poco proclives al progreso. Muchos hombres que hacían parte de las minorías étnicas se alistaron como combatientes en las guerrillas porque se sentían excluidos por su "color" y su "baja extracción social" que les impidieron el voto y el pleno goce de sus derechos constitucionales. La escasez de soldados regulares, la impreparación de los bandos en pugna y el desespero de la dirigencia liberal se convergieron para posibilitar la formación de fuerzas guerrilleras, conformadas de manera considerable por individuos denigrados e inferiorizados por los hallazgos que arrojó la Comisión Corográfica de 1850.
martes, 22 de febrero de 2011
¡Es que en Colombia no hay racismo!
Muchos son los debates que se han generado alrededor del racismo en Colombia. Las posturas referente al mismo son encontradas y mientras unos sostienen que es prácticamente inexistente otros afirman, sin pelos en la lengua, que el racismo es lejos de considerarse un tema superado. Lo mismo constaté yo hace dos semanas cuando viví en carne propia el aguijón de la discriminación racial aquí en Colombia.
Al ingresar en el Olímpica de la Calle 100 (Barrio La Castellana) para hacer mercado, me percaté, muy a pesar mío, de que estaba siendo seguido muy de cerca por el personal de seguridad. Juro que andaba pisándome los talones, vigilando todos mis movimientos de tal manera que casi llegué a percibir su aliento sobre mi nuca. Algo similar viví en Cali cuando realicé unos talleres culturales en la Universidad del Valle en conmemoración del Mes de Historia Negra. La Embajada de los EEUU en Bogotá me había alojado en uno de los hoteles más prestantes de la "Sucursal del Cielo," pero cada vez que me disponía a entrar por las puertas del hotel, un vigilante siempre intentaba cerrarme el paso y preguntarme si estaba alojado allí y en qué me podía servir. Carcomido por las sospechas, al día siguiente me dispuse a observar el trato que recibían los otros huéspedes, a quienes se les permitía seguir de largo sin ser interrogados mientras que los que teníamos la tez más oscura o "mohína" como los afrodescendientes si fuimos incesantemente interpelados sobre las actividades que pensábamos llevar a cabo.
Una coyuntura de iguales dimensiones la viví en Cartagena de Indias el Fin de Año pasado cuando fui a buscar a unos amigos que pernoctaban en el hostal Media Luna. Cuando por fin di con su paradero y logré reunirme con ellos, el recepcionista/conserje se me acercó por detrás y me solicitó "comedidamente" la salida del hostal bajo el pretexto de que no había encontrado a los que buscaba. Cuando le repliqué que efectivamente sí los había encontrado, me lanzó una mirada displicente y se retiró para juntar la basura de las canecas. Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta de que era la cara más negra de un recinto repleto de extranjeros y ese señor me quería botar a la calle porque me veía cara de ladrón.
Antes de compartir con ustedes más anécdotas personales de mis vivencias acá en Colombia, quisiera destacar que Colombia es un país que admiro muchísimo. Mi estadía aquí ha sido altamente gratificante y la gran mayoría de las expectativas que albergaba al arribar al país sí se han cumplido ampliamente. Sin embargo, coincido con los activistas de los derechos de las minorías étnicas del país en que hasta 10 millones de personas están expuestas cotidianamente a afrontar discriminaciones en centros comerciales, discotecas y lugares de trabajo y instituciones de educación superior sólo por la pigmentación de su piel.
Recuerdo un incidente que sucedió el mes pasado cuando me inscribí en una clase de Salsa de la Universidad de los Andes. Al presentarme el primer día, todos pensaban que yo era el profesor de baile y me empezaron a expresar sus dudas e inquietudes. ¡Oiga, profe! ¿Cuántas faltas se nos permiten? ¿Cómo vamos a ser calificados? ¿A qué se debe la discrepancia de género? Es interesante que ellos hayan asumido automáticamente que era el profesor de baile.
Haya racismo o no, lo que sí queda claro luego de haber debatido este tema largamente en espacios tanto formales como informales es que hay "razas" menos favorecidas en Colombia y la sociedad no puede seguir siendo un simple espectador de exclusiones, rechazos, odios y resentimientos; sino que tiene que adquirir un papel activo que ayude a superar definitivamente esa enfermedad que padece Colombia, llamada la discriminación.
En reiteradas ocasiones he tenido la oportunidad de comprobar la miopía sociocultural de la que adolece Colombia a la hora de mirarse al espejo y autodiagnosticarse. Esta proclividad a la diferenciación y exclusión étnicas es de larga data y, según muchos historiadores, se remonta a los albores de la misma Colonia cuando se arraigó en los territorios que hoy comprenden la actual Colombia un sistema de jerarquización socio-racial estratificado en "castas" en que los afrodescendientes e indígenas formaban la base de la pirámide social.
Lograda la Independencia, los dirigentes criollos no tenían el menor interés en desmontar los monopolios que atrofiaban la movilidad social de no pocos ni en darles pie de igualdad a las minorías étnicas que languidecían en el más abyecto atraso y marginamiento. La causa por la que propugnaban estos "ilustrados" criollos fue la autonomía política para el manejo directo de sus asuntos económicos a pesar de la activa e innegable participación de los afrodescendientes y amerindios en las gestas independentistas que culminaron con la disolución del yugo colonial.
Sumada a la preterición histórica a la que fueron condenados connotadísimos personajes como el Almirante José Prudencio Padilla, héroe naval de la guerra de la Independencia, y Luis A. Robles, primer ministro afro de Colombia (1876), fue la tarea a la que se abocaron innumerables criollos ilustrados de imaginar la nación de acuerdo a conceptos andinocentristas que preconizaban (y siguen preconizando hasta el día de hoy) las zonas templadas de los Andes como entornos aptos para la civilización mientras que los territorios tórridos y ecuatoriales se ven satanizados y altamente denigrados al ser considerados como "salvajes" y poco conducentes al progreso.
Es sugestivo que estos mismos territorios, denominados peyorativamente como "bárbaros," eran habitados y siguen siendo habitados hasta la actualidad por afrodescendientes e indígenas que eran tachados de "física, moral e intelectualmente inferiores," tenidos como lastres que imposibilitaban el progreso y debían, por lo tanto, ser integrados o "confundidos" con las masas mediante el mestizaje.
El mito del mestizaje es quizás uno de los más poderosos e inveterados mitos fundacionales, pues se refiere a una idea, a mi juicio, mal informada según la cual en Colombia no hay racismo porque a diferencia de Suráfrica o Estados Unidos, todas las razas y culturas se fundieron en una síntesis armónica y simbiótica. Al fin y al cabo, todos los colombianos bailan Salsa, Merengue y Vallentato e idolatran a la negra Selección Colombia.
Se trata, de hecho, de una de las creencias fundacionales de la identidad colombiana, como lo afirma el conocido historiador cartagenero Alfonso Múnera en su libro Fronteras imaginadas: “El viejo y exitoso mito de la nación mestiza, según el cual Colombia ha sido siempre, desde finales del siglo XVIII, un país de mestizos, cuya historia está exenta de conflictos y tensiones raciales.”
Es el mismo mito que hoy reproduce el Estado colombiano al sostener que en Colombia no hay discriminación racial. Lo sostuvo la embajadora Carolina Barco ante los congresistas negros de Estados Unidos que tenían un voto decisivo en el TLC, cuando dijo que el problema de los afrocolombianos es que viven en regiones "aisladas," no que sean discriminados. Cabría preguntarse porque empleó el calificativo de "aisladas," sustantivo que a mí me genera mucha preocupación, para referirse a los territorios donde habitan los afrodescendientes.
Si lugares como Quibdó, Tumaco, Guapi y Buenaventura son considerados "retirados," me pregunto yo que territorios son tenidos como "cercanos." Lastimosamente, sus palabras, inoportunamente escogidas, no sólo me producen malestar sino también sustentan de manera inequívoca que los dirigentes del país siguien siendo sugestionados por una mentalidad altamente andinocentrista que ensalza los Andes como el área de la civilización y denigra las tierras calientes como lugares periféricos, no dignos de ser tenidos en cuenta, donde imperan el atraso y la barbarie.
Este mito lo defendió Uribe a capa y espada en un consejo comunitario en Cali a mediados de 2007, cuando argumentó, frente a líderes afros de Colombia y Estados Unidos, que el problema aquí es de pobreza, no de racismo. Y lo confirma el hecho de que el Estado colombiano lleve 12 años sin cumplir con su obligación de reportar ante el comité de la ONU contra la discriminación racial si ha hecho algo para combatirla. El mito sería curioso si no fuera tan trágico.
La brecha entre el Chocó y Chicó, en el norte de Bogotá, es escandalosamente abismal. Entre estos dos polos opuestos que se sitúan a las antípodas el uno del otro en términos socio-económicos, se completa el cuadro de la discriminación. En Colombia sí existe racismo y mientras que los porteros de las discotecas de Bogotá y Cartagena siguen dejando por fuera a mis hermanos afros y la Policía nos sigue interrogando de manera injustificada sobre nuestras actividades cuando ingresamos a lugares "exclusivos" a los que nosotros también pertenecemos, me mantendré en pie de lucha contra un racismo que vuela debajo del radar de muchos colombianos que se muestran renuentes y/o indiferentes a combatirlo.
lunes, 21 de febrero de 2011
miércoles, 2 de febrero de 2011
Mito = Mentira
"Es que Colombia necesita un mito fundacional," ésa fue la enjundia conceptual de un debate en el que participaron cuatro historiadores que fungen de docentes en la Universidad de los Andes y en la Universidad del Externado. Si bien las opiniones que exteriorizaron dichos académicos eran encontradas sobre sí el Bicentenario ameritaba ser celebrada, me resultó interesantísimo el punto de vista de uno de ellos que enfatizó hasta la saciedad la importancia que entrañaba un mito fundacional con el que todos los colombianos pudieran identificarse.
En lo personal, me desagrada la palabra "mito." Me parece sumamente problemático su uso, pues "mito" es, a mi juicio, sinónimo de "mentira," la cual no puede formar un cimiento sólido sobre el que se funda una nación. Según la Real Academia Española, un mito es una "narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad." Seguramente los politólogos afirmarían que un "mito" debería entenderse como un conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo. Entendámoslo como queramos entenderlo, si lo condensamos a su forma más rudimentaria, seguirá siendo una llana e inocultable mentira.
Pero como dijo el evangelista del nazismo, Joseph Goebbels, "una mentira repetida mil veces se vuelve una verdad." Goebbels ocupaba el cargo del ministro de propaganda de la Alemania Nazi y cumplía el papel importantísmo de controlar los medios de comunicación para así inculcarle al pueblo alemán de aquel entonces los principios altamente xenofóbicos del nazismo. Como es bien sabido de todos, aquella facultad implicaba generar sentimientos de orgullo infudados, así como provocar animosidades donde no las había, con el fin de inducir ideas y crear consensos sobre temas que tergiversaban la realidad de los hechos.
Me molestó sobremanera que uno de los académicos en cuestión trajera a colación el ejemplo de EEUU y las repercusiones del "mito de la potencia." Dijo que la fuerza del discurso de Obama es que logra integrar el mito de la excepcionalidad estadounidense en una promesa que sigue vigente, la cual es la búsqueda de la libertad. Si bien, EEUU posee muchas cualidades admirables y dignas de ser replicadas en los demás países del mundo, comentarios de esta ralea ponen de relieve el abismal desconocimiento que existe referente a la fundación de los EEUU.
Esa búsqueda tan anhelada de la libertad evidenciada por los signatarios de la Constitución de los EEUU no tomó en cuenta a los miles de hombres y mujeres de ascendencia africana que languidecían bajo el opresivo yugo de la esclavitud. Al mismo tiempo que se ponían en plan de fundar una sociedad destinada a convertirse en una gran democracia política, esos hombres importaban la más grande antítesis de tal democracia, la esclavitud y la servidumbre hereditaria y, en la mayoría de los casos, vitalicia. Nunca pudieron haber previsto que la introducción del trabajo esclavo provocaría a la postre los horrores inenarrables de la Guerra Civil, precipitaría el principal problema social de la sociedad norteamericana y, en crisis sucesivas, amenazaría la vitalidad y la respetabilidad de la democracia de los EEUU.
Thomas Jefferson, el 3er presidente de los EEUU, demócrata de clara visión, puso el dedo en la llaga al decir que cuando le tocaba pensar en la "institución peculiar" de la esclavitud "temblaba por la suerte de su país." Dicho esto, sostengo que los mitos son sólo eso; mitos sin pies ni cabeza que no retienen su agua a la hora del escrutinio histórico.
La revolución gringa propició un cambio político, pero no social, que fue lo que ocurrió aquí en Colombia, país donde me encuentro radicado hace ya seis meses. Aunque algunos historiadores han pretendido hacer de la revolución de 1810, una revolución de verdad, si yo fuera ellos, adoptaría una postura mucho más escéptico frente a dicho acontecimiento. Cuando abordamos el tema de la Independencia de Colombia, nos estamos refiriendo a un momento en el cual ciertos problemas centrales del orden social se mantuvieron iguales o empeoraron en términos de igualdad, de derechos, de ciudadanía.
Este punto es neurálgico para la investigación que estoy adelantando sobre las representaciones de la afrodescendencia aquí en Colombia. Sin explayarme mucho, a los afrodescendientes les significaba más la obtención de la ciudadanía que a las élites criollas, que liberadas de España y promulgada la república, no tenían la más mínima intención de aclimitar en la vida diaria el ideario republicano de la igualdad proclamado "vehementemente" por ellas. No sólo mantuvieron la exclusión de afrodescendientes, sino que la exacerbaron mediante discursos altamente xenofóbicos, por medio de los cuales "se racializaron" las regiones y "se inferiorizaron" sus habitantes.
Ahondaré más en el tema en otras entradas, sin embargo criollos ilustrados como Franciso José de Caldas, José María Samper, Manuel Ancízar y Salvador Camacho Roldán, por sólo mencionar algunos, se imaginaron una historia, cuyo énfasis estribaba en construir un "mito diferenciador" en el cual se le asignaba al espacio geográfico que se construía como hegemónico todas las virtudes asociadas con el proyecto civilizador y modernizante (Bogotá, Popayán, Tunja,...), mientras que a la otra geografía (Cali, Patía, Chocó,...), a esa periferia que constituía paradójicamente, en el caso de Colombia, en tres cuartas partes del territorio nacional, se la degradaba hasta el punto de negarle cualquier posibilidad de redención.
Espero no haberlos confundido mucho, pero lo que encontramos en Colombia después de la independencia es un territorio terriblemente escindido por tensiones socio-raciales en las que unas zonas eran apreciadas por su cultura y reputadas como "cunas de civilización" mientras otras fueron sistemáticamente denigradas, inferiorizadas, satanizadas y excluidas del espacio de la nación civilizada. No es de extrañeza que estos territorios deslucidos y tenidos en menos eran y siguien siendo habitados por individuos en los que se detectan las improntas de los amerindios y africanos.
Por eso, me solidarizo enérgicamente con los afrocolombianos e indígenas que claman de manera justificada "yo no estoy celebrando nada porque no hay nada que celebrar." El mismo académico concluyó su perorata con una infame cita: "si los negros pueden aparecer como marginados es porque hay la promesa de la igualdad. La revolución funda el ideal de igualdad." A mí me genera mucha preocupación su uso del verbo "aparecer" porque me da a entender que está poniendo en tela de juicio la condición de marginada en que vive la gran mayoría de afrocolombianos. Concuerdo con él en que la revolución sí funda el ideal de la igualdad, pero no la materializa, que fue exactamente lo que no ocurrió en Colombia y en los EEUU.
Mejor no fundemos las naciones sobre los cimientos resbaladizos y poco confiables de los "mitos" que son sólo mentiras mejor maquilladas, orientadas a inducir sentimientos de dicha y de bienestar y que terminan oscureciendo las verdades crudas y menos estéticas. Recordemos que "cubrir una falta con una mentirilla, es reemplaza una mancha con un agujero."
En lo personal, me desagrada la palabra "mito." Me parece sumamente problemático su uso, pues "mito" es, a mi juicio, sinónimo de "mentira," la cual no puede formar un cimiento sólido sobre el que se funda una nación. Según la Real Academia Española, un mito es una "narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad." Seguramente los politólogos afirmarían que un "mito" debería entenderse como un conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo. Entendámoslo como queramos entenderlo, si lo condensamos a su forma más rudimentaria, seguirá siendo una llana e inocultable mentira.
Pero como dijo el evangelista del nazismo, Joseph Goebbels, "una mentira repetida mil veces se vuelve una verdad." Goebbels ocupaba el cargo del ministro de propaganda de la Alemania Nazi y cumplía el papel importantísmo de controlar los medios de comunicación para así inculcarle al pueblo alemán de aquel entonces los principios altamente xenofóbicos del nazismo. Como es bien sabido de todos, aquella facultad implicaba generar sentimientos de orgullo infudados, así como provocar animosidades donde no las había, con el fin de inducir ideas y crear consensos sobre temas que tergiversaban la realidad de los hechos.
Me molestó sobremanera que uno de los académicos en cuestión trajera a colación el ejemplo de EEUU y las repercusiones del "mito de la potencia." Dijo que la fuerza del discurso de Obama es que logra integrar el mito de la excepcionalidad estadounidense en una promesa que sigue vigente, la cual es la búsqueda de la libertad. Si bien, EEUU posee muchas cualidades admirables y dignas de ser replicadas en los demás países del mundo, comentarios de esta ralea ponen de relieve el abismal desconocimiento que existe referente a la fundación de los EEUU.
Esa búsqueda tan anhelada de la libertad evidenciada por los signatarios de la Constitución de los EEUU no tomó en cuenta a los miles de hombres y mujeres de ascendencia africana que languidecían bajo el opresivo yugo de la esclavitud. Al mismo tiempo que se ponían en plan de fundar una sociedad destinada a convertirse en una gran democracia política, esos hombres importaban la más grande antítesis de tal democracia, la esclavitud y la servidumbre hereditaria y, en la mayoría de los casos, vitalicia. Nunca pudieron haber previsto que la introducción del trabajo esclavo provocaría a la postre los horrores inenarrables de la Guerra Civil, precipitaría el principal problema social de la sociedad norteamericana y, en crisis sucesivas, amenazaría la vitalidad y la respetabilidad de la democracia de los EEUU.
Thomas Jefferson, el 3er presidente de los EEUU, demócrata de clara visión, puso el dedo en la llaga al decir que cuando le tocaba pensar en la "institución peculiar" de la esclavitud "temblaba por la suerte de su país." Dicho esto, sostengo que los mitos son sólo eso; mitos sin pies ni cabeza que no retienen su agua a la hora del escrutinio histórico.
La revolución gringa propició un cambio político, pero no social, que fue lo que ocurrió aquí en Colombia, país donde me encuentro radicado hace ya seis meses. Aunque algunos historiadores han pretendido hacer de la revolución de 1810, una revolución de verdad, si yo fuera ellos, adoptaría una postura mucho más escéptico frente a dicho acontecimiento. Cuando abordamos el tema de la Independencia de Colombia, nos estamos refiriendo a un momento en el cual ciertos problemas centrales del orden social se mantuvieron iguales o empeoraron en términos de igualdad, de derechos, de ciudadanía.
Este punto es neurálgico para la investigación que estoy adelantando sobre las representaciones de la afrodescendencia aquí en Colombia. Sin explayarme mucho, a los afrodescendientes les significaba más la obtención de la ciudadanía que a las élites criollas, que liberadas de España y promulgada la república, no tenían la más mínima intención de aclimitar en la vida diaria el ideario republicano de la igualdad proclamado "vehementemente" por ellas. No sólo mantuvieron la exclusión de afrodescendientes, sino que la exacerbaron mediante discursos altamente xenofóbicos, por medio de los cuales "se racializaron" las regiones y "se inferiorizaron" sus habitantes.
Ahondaré más en el tema en otras entradas, sin embargo criollos ilustrados como Franciso José de Caldas, José María Samper, Manuel Ancízar y Salvador Camacho Roldán, por sólo mencionar algunos, se imaginaron una historia, cuyo énfasis estribaba en construir un "mito diferenciador" en el cual se le asignaba al espacio geográfico que se construía como hegemónico todas las virtudes asociadas con el proyecto civilizador y modernizante (Bogotá, Popayán, Tunja,...), mientras que a la otra geografía (Cali, Patía, Chocó,...), a esa periferia que constituía paradójicamente, en el caso de Colombia, en tres cuartas partes del territorio nacional, se la degradaba hasta el punto de negarle cualquier posibilidad de redención.
Espero no haberlos confundido mucho, pero lo que encontramos en Colombia después de la independencia es un territorio terriblemente escindido por tensiones socio-raciales en las que unas zonas eran apreciadas por su cultura y reputadas como "cunas de civilización" mientras otras fueron sistemáticamente denigradas, inferiorizadas, satanizadas y excluidas del espacio de la nación civilizada. No es de extrañeza que estos territorios deslucidos y tenidos en menos eran y siguien siendo habitados por individuos en los que se detectan las improntas de los amerindios y africanos.
Por eso, me solidarizo enérgicamente con los afrocolombianos e indígenas que claman de manera justificada "yo no estoy celebrando nada porque no hay nada que celebrar." El mismo académico concluyó su perorata con una infame cita: "si los negros pueden aparecer como marginados es porque hay la promesa de la igualdad. La revolución funda el ideal de igualdad." A mí me genera mucha preocupación su uso del verbo "aparecer" porque me da a entender que está poniendo en tela de juicio la condición de marginada en que vive la gran mayoría de afrocolombianos. Concuerdo con él en que la revolución sí funda el ideal de la igualdad, pero no la materializa, que fue exactamente lo que no ocurrió en Colombia y en los EEUU.
Mejor no fundemos las naciones sobre los cimientos resbaladizos y poco confiables de los "mitos" que son sólo mentiras mejor maquilladas, orientadas a inducir sentimientos de dicha y de bienestar y que terminan oscureciendo las verdades crudas y menos estéticas. Recordemos que "cubrir una falta con una mentirilla, es reemplaza una mancha con un agujero."
martes, 1 de febrero de 2011
Si nacimos desiguales, desiguales nos hemos de morir
Me dispondré a sacarle partido a estos breves momentos que tengo de "desparche" para glosar unas ocurrencias que me han impactado muchísimo. Soy literaturo, y en consecuencia debería saber que el cargo semántico de las palabras así como la estructura organizativa en que se enmarcan son de vital importancia para la comprensión. Sin embargo, como mis entradas anteriores atestiguan, soy mal escritor y haría falta unas clases de redacción intensivas para simplificar mi estilo. Creo que mi estadía prolongada aquí en Colombia está degenerando mi español o, mejor dicho, la forma cuando me hago entender en castellano puesto que los colombianos son proclives a la grandilocuencia y tienden a caer irremediablemente en los circunloquios sin ir al grano.
Bueno, al grano. Anoche leí un artículo que me estremeció hasta los tuétanos. Si bien, ya había redactado una entrada sobre los funestos asesinatos de dos estudiantes acaecidos en el Litoral Caribe, Juan Diego Restrepo, otro connotado columnista de SEMANA, cuadró el debate en sus justas dimensiones y aseveró que la representatividad social de las víctimas dentro de una colectividad es una variable significativa a la hora de fijar el monto de una recompensa. Yo me preguntaba hace buen rato si hubiera un ecuación mental que pudiera hacerse pública y que le permitiese a la ciudadanía conocer el mecanismo mediante el cual las autoridades civiles, militares y policiales en este país calculan el valor de una recompensa que se ofrenda como acicate para capturar al responsable de un crimen.
Esa pregunta le vendría a la cabeza de cualquiera cuando a uno le toca escuchar a un funcionario del orden nacional, departamental o municipal que ofrece una determinada suma de dinero al ciudadano que, como dice el consabido guión, "dé informacion que conduzca a la captura" de un criminal que acaba de cometer un homicidio, un atentado dinamitero, una violación o un hurto.
Me parece diciente e iluminador el punto de vista del autor, el cual cito a continuación:
"¿De dónde sale la cifra? ¿Hay acaso una ley, decreto, ordenanza, acuerdo o directriz que regule la cantidad de dinero ofrecido? Todo recurso económico que gaste la administración pública proviene de los impuestos cobrados a la ciudadanía. Por tal motivo, creo que ya es hora que alguien explique no sólo de qué fondos salen esas recompensas y quién las controla, sino cómo se fijan las cantidades a ofrecer. Una vez reposados los ánimos, muy tristes por cierto, que generaron los homicidios en San Bernardo del Viento de Margarita Gómez y Mateo Matalama, quienes cursaban sus estudios en la Universidad de los Andes, decidí atreverme a plantear el dilema sobre el pago de recompensas porque, dadas las evidencias, las autoridades deben explicar con claridad por qué hay diferencias en la oferta de recompensas cuando el crimen es el mismo."
Dicho columnista trae a colación la discrepancia en los montos de recompensas ofrecidos por información que diera con el paradero de los responsables de dos crímenes, uno de Azael Ricardo Loaiza, personero de Aguadas (Caldas) y el doble asesinatos de los uniandinos. Lo que sí es cierto es que en ambos casos se ofrecieron recompensas. Lo que nos consterna a todos es que se ofrendaron 500 millones de pesos por los universitarios mientras que el funcionario municipal valía unos míseros 10 millones.
¿Al observar la notable diferencia económica se podría confirmar la hipótesis según la cual el estrato socioeconómico de la víctima y su proximidad a las cúpulas de poder político y económico, determinan el valor de la recompensa? Por ahora, y mientras no se hayan elucidado explicaciones técnicas, sustentadas en normas legales vigentes, me atreveré a seguir creyendo que sí, pues de acuerdo a los datos comparados, el monto de la recompensa parece que se establece obedeciendo a criterios de clase.
A mi juicio, esto desvirtúa el concepto clásico de democracia, que consagra la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Tal parece que la muerte no es el factor nivelador que lo creíamos; aquí en Colombia, la gente vive y se muere de forma desigual. El manejo diferenciado de las sumas ofrecidas pone de relieve que el valor de las recompensas se fija de acuerdo al peldaño social que uno ocupa y su cercanía a los que detentan el poder tanto económico como político.
Bueno, al grano. Anoche leí un artículo que me estremeció hasta los tuétanos. Si bien, ya había redactado una entrada sobre los funestos asesinatos de dos estudiantes acaecidos en el Litoral Caribe, Juan Diego Restrepo, otro connotado columnista de SEMANA, cuadró el debate en sus justas dimensiones y aseveró que la representatividad social de las víctimas dentro de una colectividad es una variable significativa a la hora de fijar el monto de una recompensa. Yo me preguntaba hace buen rato si hubiera un ecuación mental que pudiera hacerse pública y que le permitiese a la ciudadanía conocer el mecanismo mediante el cual las autoridades civiles, militares y policiales en este país calculan el valor de una recompensa que se ofrenda como acicate para capturar al responsable de un crimen.
Esa pregunta le vendría a la cabeza de cualquiera cuando a uno le toca escuchar a un funcionario del orden nacional, departamental o municipal que ofrece una determinada suma de dinero al ciudadano que, como dice el consabido guión, "dé informacion que conduzca a la captura" de un criminal que acaba de cometer un homicidio, un atentado dinamitero, una violación o un hurto.
Me parece diciente e iluminador el punto de vista del autor, el cual cito a continuación:
"¿De dónde sale la cifra? ¿Hay acaso una ley, decreto, ordenanza, acuerdo o directriz que regule la cantidad de dinero ofrecido? Todo recurso económico que gaste la administración pública proviene de los impuestos cobrados a la ciudadanía. Por tal motivo, creo que ya es hora que alguien explique no sólo de qué fondos salen esas recompensas y quién las controla, sino cómo se fijan las cantidades a ofrecer. Una vez reposados los ánimos, muy tristes por cierto, que generaron los homicidios en San Bernardo del Viento de Margarita Gómez y Mateo Matalama, quienes cursaban sus estudios en la Universidad de los Andes, decidí atreverme a plantear el dilema sobre el pago de recompensas porque, dadas las evidencias, las autoridades deben explicar con claridad por qué hay diferencias en la oferta de recompensas cuando el crimen es el mismo."
Dicho columnista trae a colación la discrepancia en los montos de recompensas ofrecidos por información que diera con el paradero de los responsables de dos crímenes, uno de Azael Ricardo Loaiza, personero de Aguadas (Caldas) y el doble asesinatos de los uniandinos. Lo que sí es cierto es que en ambos casos se ofrecieron recompensas. Lo que nos consterna a todos es que se ofrendaron 500 millones de pesos por los universitarios mientras que el funcionario municipal valía unos míseros 10 millones.
¿Al observar la notable diferencia económica se podría confirmar la hipótesis según la cual el estrato socioeconómico de la víctima y su proximidad a las cúpulas de poder político y económico, determinan el valor de la recompensa? Por ahora, y mientras no se hayan elucidado explicaciones técnicas, sustentadas en normas legales vigentes, me atreveré a seguir creyendo que sí, pues de acuerdo a los datos comparados, el monto de la recompensa parece que se establece obedeciendo a criterios de clase.
A mi juicio, esto desvirtúa el concepto clásico de democracia, que consagra la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Tal parece que la muerte no es el factor nivelador que lo creíamos; aquí en Colombia, la gente vive y se muere de forma desigual. El manejo diferenciado de las sumas ofrecidas pone de relieve que el valor de las recompensas se fija de acuerdo al peldaño social que uno ocupa y su cercanía a los que detentan el poder tanto económico como político.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)