RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

viernes, 22 de octubre de 2010

Los bogas de Colombia (pt. 1)

  
La investigación que me he propuesto a adelantar me ha deparado innumerables oportunidades para analizar las estrategias de las que se valió la élite colombiana para invisibilizar a los afrocolombianos. A diferencia de otros sujetos negros, mulatos y zambos invisibilizados en los textos oficiales de la Colonia y en los relatos históricos y literarios de la nación durante la segunda mitad del siglo XIX, los bogas fueron recurrentemente visibilizados: decenas de viajeros dejaron plasmadas en cartas, relatos e informes imágenes de sus cuerpos, sus formas de hablar, su trabajo y sus cantos. Esto no quiere decir, sin embargo, que reconstruir el pasado de los bogas sea una tarea fácil. Muchas de las fuentes que nos revelan algo de su vida son huellas construidas no por ellos mismos, sino por personajes ajenos a su realidad; son imágenes mediadas por la mirada de letrados, moldeadas por sus códigos estéticos y morales, por sus nociones de la naturaleza y la cultura, la civilización y la "barbarie." 

El boga era admirado por su fuerza física y su cuerpo no dejaba de despertar cierta fascinación, cierto deseo por su exacerbada corporalidad y su figura atlética, aunque velado por el recato del letrado: "...un boga tenía cada cada brazo como el de una ceiba, el pecho de ancho de una piedra de lavar ropa, cada mano como un oso y la voz como el ronquito de un toro," decía el escritor y ex gobernador cartagenero Manuel Madiedo. El cuerpo del boga atraía con cierta distancia al letrado civilizado y cortés por su falta de maneras, de recato y su exagerada animalidad (Samper 1861). Si bien el boga era apreciado por ser motor del país, en términos generales era juzgado como reflejo de atraso, en medio de los ideales de progreso y prosperidad material y moral. A mediados de siglo el boga y sus champanes comenzaban a ser vistos como rezagos del pasado frente a los poderosos y modernos buques de vapor.


    
El papel importantísimo que desempeñaron los bogas en la circulación fluvial de bienes y personas no debiera ser minimizado. José María Samper, un intelectual bogotano del siglo XIX a morir, señalaba en 1867 que el trabajo de los zambos y los mulatos colombianos era un factor indispensable para el comercio de la nación: "El hombre de las tierras altas no puede vivir sin pedirle sus productos al mestizo y al mulato de las tierras medianas y los valles profundos," afirmaba Samper "y tanto unos como los otros obtienen el concurso comercial del zambo y el mulato de las costas, sin los cuales no habría navegación ni tráfico ninguno." Este autor, no un gran simpatizante de los bogas; los describía como seres "salvajes" e "insolentes," pero a pesar de la poca admiración que les guardaba, reconocía la importancia de su labor: sabía que ellos de dependía el transporte de viajeros como él y el intercambio de bienes entre las distintas regiones del país; sabía que, en la segunda mitad del siglo XIX, los bogas eran agentes imprescindibles del funcionamiento económico de la nación.


Aunque los bogas al que nos referimos siempre han sido caracterizados por ser afrodescendientes, en los siglos XVI y XVII los bogas habían sido hombres indígenas, colocados en el oficio por encomenderos que habían encontrado provecho comercial en la experiencia navegante y pesquera de las sociedades nativas. La boga de los indios, sin embargo, había sido categóricamente prohibida por la Corona Española, cuando a finales del siglo XVI se estableció que el arduo trabajo del remaje había traído nefastas consecuencias para la salud, la vida y el alma de los indios, y se determinó que éstos debían ser reemplazados por grupos de esclavos negros, considerados, de acuerdo con las creencias inherentes al sistema esclavista, más fuertes y resistentes para las labores físicas. Durante un "tiempo de aprendizaje," aprovechando por los encomenderos para demorar el cumplimiento de las órdenes de la Corona, los esclavos habían aprendido las técnicas de la boga de los remeros indígenas, de manera que, según Aníbal Noguera, para finales del siglo XVII "la tripulación formada por nativos y negros había terminado definitivamente en manos de los africanos."

   
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, se había ido presentando además un proceso importante en los poblados a lo largo del río Magdalena: un proceso de mestizaje, que en estos territorios podría ser acertadamente llamado "zambaje." De la unión entre hombres negros y mujeres indígenas, unión recurrente según los viajeros de los siglos XVIII y XIX, habían surgido en el Magdalena poblaciones de personas zambas, que, gracias al vientre libre de sus madres, habían nacido libres también. Para los siglos XVIII y XIX, los zambos libres eran los protagonistas de la boga en el río Magdalena. Junto a ellos remaban también negros y mulatos que o bien habían sido libres desde su nacimiento o bien eran ex esclavos liberados mediante algún mecanismo de manumisión. Así, cabe resaltar que el transporte y el comercio por la gran arteria fluvial era, muchas décadas antes de la abolición de la esclavitud, un trabajo realizado por hombres libres; un trabajo arduo, con múltiples riesgos y dificultades, pero con unas reglas laborales y sociales muy distintas a aquellas que funcionaban en el sistema esclavista de amos-dueños, esclavos-objeto.

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