RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Miguel de Cervantes multiculturalista?







 A lo largo de Don Quijote nos vamos familiarizando con la huella indeleble que ha dejado el mundo islámico sobre su narrativa. A través de innumerables personajes moriscos y abundantes referencias al islamismo que transversalizan sus páginas de principio a fin, Miguel de Cervantes Saavedra logra recrear con singular maestría un pasado multicultural y religiosamente diverso que remite a la España pluriétnica del Medioevo, en la que convivían, en cercana proximidad, cristianos, moros y judíos. En Don Quijote se nos presenta un mundo cultural y anímicamente escindido por una frontera “binacional,” la cual es continuamente atravesada por individuos que no sólo oscilan entre dos territorios culturales y geopolíticos, sino también son capaces de evaluar sus vivencias desde marcos interpretativos frescos e insospechados, los cuales enriquecen considerablemente la lectura.                                                                                                                                                                                                                    La gran obra de Cervantes debe estudiarse a la luz de la biografía del autor puesto que es indudable la impronta que sus propias experiencias vitales dejaron en su creación. Cervantes, por sus orígenes andaluces, y por sus años de secuestrado en las galeras de Argel, demuestra un conocimiento extraordinario sobre el islamismo que sólo podría haber adquirido durante su lustro de cautiverio; dicho sea de paso, las vivencias, nada halagüeñas que tuvo en Argel, le sirvieron de andamiajes temáticos para construir el monumento literario de Don Quijote. Es de resaltar que La historia del cautivo, una de los fragmentos intercalados presentes en la obra, está en gran medida moldeada por las propias vivencias de Cervantes como combatiente en la batalla de Lepanto del año 1571, un hecho que marcó de por vida al autor puesto que fue hecho preso por cinco años en calidad de “cautivo.”                                                                                                                          
Si esta narración dramatiza o pone en escena ocurrencias históricas relacionadas con las guerras mediterráneas en las que participó el soldado Cervantes, también adquiere, por momentos, un marcado sesgo autobiográfico: “De todos los sucesos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida,” dirá el cautivo al regresar a España después de su puesta en libertad y retorno a la Península ibérica (1,40). Por medio de la escenificación de las experiencias de Cervantes, podemos tomar conciencia tanto de las sensibilidades humanísticas como de los prejuicios de índole étnico-religiosa que guardaba Cervantes con respecto al mundo musulmán, los cuales se encuentran plasmados en Don Quijote.                                                                                                                                                                                                               
Por ende, en esta monografía me propongo estudiar la actitud ambivalente y tornadiza a la que le tocó recurrir Cervantes para eludir la censura opresiva del Estado español y no caer en desgracia ante la opinión pública, enardecida por la intolerancia católica contra los que eran vistos como “otros” o no cristianos. Si bien es a las claras imposible sondear los pensamientos que podrían habérsele ocurrido a Cervantes cuando empuñó la pluma y se puso a escribir Don Quijote, me limitaré a compulsar pasajes que denotan cierta simpatía hacia los musulmanes con aquellos en que Cervantes arremete con lanza en ristre contra su cultura, despotricando contra sus prácticas “ignominiosas” y tachándolos de “galgos.”                                                                                                                                                        
El eje temático de este ensayo girará en torno a “La historia del cautivo,” puesto que es uno de los pasajes donde mejor se revela el conocimiento vastísimo que Cervantes tenía del mundo islámico-norafricano al clasificarlos de manera concienzuda y meticulosa: tagarinos de Aragón, mudéjares de Granada, elches del reino de Fez. Nos esboza datos concernientes a sus oficios, tanto en la vida civil como en la milicia, de sus hábitos alimenticios y sus atuendos lujosos y estrambóticos. Igualmente se analizará la figura de Zoraida no sólo por ser uno de los personajes femeninos más fuertes y distintivos debido a la agencia irrebatible que demuestra en la toma de decisiones que le afectarían de por vida, sino también por el sincretismo étnico-religioso que acusa en las misivas que le dirige al cautivo.  


                                                                                                                                                                                                     Mi análisis tampoco dejará por fuera a otros personajes arábigos-musulmanes de igual importancia como Ana Félix, Ricote y el “renegado,” quienes como Cervantes son “seres de frontera” que no sólo se trasladan de un lado al otro de la frontera sino también nos aportan insumos teóricos enriquecedores que nos permiten entender los fenómenos que se narran desde una multiplicidad de perspectivas. Dicho sea de paso, los moriscos en Don Quijote no se nos presentan como seres del todo satanizados y envilecidos, como hubiera pretendido la Santa Sede. Tal pareciera que ellos son más bien seres de carne y hueso, con virtudes y defectos, que tienen mucho en común con los lectores españoles-católicos de Don Quijote, lo cual me hace pensar que este acercamiento intercultural se propicia debido a una posible estrategia que podría haber instrumentalizado Cervantes para tender puentes transculturales y promover el mutuo entendimiento. No obstante, como había dicho anteriormente, esto sería imposible de comprobar a ciencia cierta pero en las páginas que siguen me propondré analizar el retrato multifacético que se nos pinta de los moriscos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     Miguel de Cervantes autobiográfico                                                                                                                                                                                     Como punto de partida, cabe señalar de antemano que la lectura de Don Quijote presupone un reto hercúleo porque Cervantes avanza camuflado detrás de máscaras, de nombres y de seudónimos con los que intenta disimular y hacer imperceptibles las marcas que va dejando en el texto. Las similitudes que existen entre su biografía personal y los hechos conmovedores que se quedan consignados en la “Historia del Cautivo” son dicientes y se nos abre un resquicio por el que podemos apreciar con nitidez el límite vibrante entre historia y ficción que vuelve al soldado Miguel de Cervantes indistinguible de Ruy Pérez de Viedma, ambos hechos prisioneros en los “baños” (corrales de esclavos) de Argel. Para estar a tono con esta intricada trama que matiza componentes autobiográficos con otros de carácter ficticio, propongo que nos acerquemos a la temática de una manera cervantina, es decir, en un zigzag serpenteante que debe desplazarse entre la vida y la creación literaria, y viceversa.                                                                                                                                                                                                                                    Al regresar a España después de participar en la batalla de Lepanto (1571) y en otras campañas mediterráneas de corte bélico contra los turcos, el soldado Miguel de Cervantes fue capturado por corsarios turco-berberiscos y conducido cautivo a la ciudad de Argel, en el norte de África. Sus cinco años vividos en cautiverio, relegados a los baños argelinos, dejaron una huella imborrable no sólo en su psiquis sino también en su producción literaria, reapareciendo continuamente en casi totalidad de sus obras, desde los primeros textos dramáticos y narrativos, escritos después de su puesta en libertad hasta los que se publicaron póstumamente. Como había sugerido anteriormente, el cautiverio o “privación de libertad” no sólo ocupa un lugar central en la creación literaria de Cervantes, sino que se convierte en el eje o meollo temático al que la escritura retorna sin cesar.                                                                                                                                                                                                                                                                              Por ende, no es gratuito que el aprisionamiento funja como fuente de inspiración en Don Quijote. Desde este ángulo interpretativo, resulta particularmente sugestiva la tesis de Goytisolo, quien sostiene que la “summa cervantina” se concibe “desde la otra orilla, la de lo excluido y rechazado por España.” El escritor español argumenta que Cervantes “elaboró su compleja y admirable visión de España durante su prisión en tierras africanas, en contraposición al modelo rival con el que contendía” (Crónicas, pp. 60-61). Sumado a esto, cabría agregarle la asociación que se ha realizado entre la mazmorra y la cuna de la obra quijotesca. Recordemos que, en el prólogo de El Quijote, el autor aduce sin ambages ni circunloquios que fue “en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento.” Algunos críticos han incurrido en el error de pasar por alto la reclusión de Cervantes en los baños de Argel, y han preferido interpretar este pasaje como una simple declaración simbólica carente que cualquier vínculo autobiográfico que lo podría anclar en la realidad. Sin embargo, ese argumento se demerita sustancialmente al apreciar el marcado sesgo autobiográfico que acusa el preámbulo de Ruy Pérez de Viedma: “De todos los sucesos sustanciales que en este suceso (el cautiverio) me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida,” (El Quijote I, p. 40) dirá el soldado puesto en libertad al reflexionar sobre lo traumática e inolvidable que había sido su reclusión.                                                                                                                                                                    



Conviene aquí realizar un breve paréntesis para reflexionar sobre la famosísima frase de don Quijote a Sancho Panza sobre la libertad y el cautiverio: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (El Quijote II, p. 58). Detrás de la frase, y del personaje de ficción que la pronuncia, asoma la silueta del propio Miguel de Cervantes que sabía muy bien de lo hablaba. Sus cinco años de cautivo en Argel y sus tres encarcelaciones en España por deudas y supuestos malos manejos cuando era inspector de contribuciones en Andalucía para la Armada Invencible, debían de haber fomentado en él, como en pocos, un apetito de libertad y un pavor paralizante por la falta de ella que impregna de autenticidad y fuerza a aquella frase y proporciona un indisimulable sentido libertario a la historia del Ingenioso Hidalgo. El Quijote, por lo tanto, es inequívocamente un canto a libertad, pues la idea de la libertad emerge en el libro como la soberanía que ejerce un individuo para desarrollar su vida sin interferencias ni condicionamientos, en exclusiva función de su libre albedrío, sin que nada ni nadie se interponga en su plena e ininterrumpida realización. 

Es, por consiguiente, a todas luces evidente que los sinsabores y las penalidades que experimentó Cervantes en las mazmorras de Argel nutrieron gran parte de la creación de Cervantes, familiarizándolo con la otra España, la que había sido denigrada, satanizada y expulsada. Es de resaltar que en la “Historia del Cautivo” Cervantes no sólo opera detrás de las bambalinas, escondiéndose detrás de su alter-ego, Ruy Pérez de Viedma, sino también que se inserta dentro de la narrativa misma como uno de los secuestrados liberados:

“sólo libró bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entretenernos y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia” (El Quijote I, p 40).     
               
El "Renegado"  y Ricote: relaciones de acercamiento y rechazo

 Sin embargo, lo que más me parece valioso rescatar de este pasaje es el acercamiento que nos brinda el mundo abigarrado de los renegados, cautivos cristianos y amos turcos-berberiscos que pueblan las páginas de este cuento intercalado. Se podría argumentar, en gran medida, que la caracterización del renegado que surge en Don Quijote es atípica, por decirlo menos, puesto que Cervantes no lo sataniza ni nos transmite una imagen sobremanera envilecida y brutalizada. El renegado en Don Quijote se nos manifiesta, más bien, como una figura benévola e indulgente, que facilita la liberación del cautivo al prestarse como traductor de las misivas que se intercambian entre él y Zoraida y les consigue la barca en que se dan a la fuga los raptados cristianos. Vale la pena que recordemos que durante esta época apostatar de la fe católico-romana era sinónimo de renegar de la nacionalidad española, lo cual se consideraba un crimen de alta traición que se saldaba con la muerte.                                                                                                       
Lo que me pareció sumamente sugestivo del renegado quijotesco es que Ruy Pérez de Viedma no sólo lo tiene como su confidente predilecto, con quien le confía sus planes por emprender la huida, sino también entabla una amistad entrañable e íntima con él:
“En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca” (El Quijote I, p 40).

Igualmente, me resulta particularmente interesante que se refiera al dicho renegado como “nuestro renegado,” lo cual sugiere cierta aceptación o tolerancia que en España sería impensable. Según Alberto Spunberg, “para hacer dinero en Argel, la religión no era un obstáculo insalvable ni mucho menos … Según los intereses, muchos feligreses cambiaban de credo como quien cambia de empresa” (Spunberg, 44). Al parecer, muchos mercaderes y cautivos españoles abrazaban el islamismo para asegurarse réditos más favorables de los negocios que entablaban con los turcos-berberiscos o para blindarse del trato draconiano que solían recibir los cautivos católicos. “No había ocurrido nada diferente,” afirma Spunberg, “entre los moriscos que habitaban en Europa” (Spunberg, 44).                                                             
Si bien es cierto que los moriscos convertidos a la fuerza seguían practicando sus ritos religiosos de manera encubierta, lejos de la mirada panóptica e inquisidora de la Iglesia Católica, es interesante que el renegado se aferre a costumbres católicas como la de llevarse puesto el crucifijo: “… sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo …” (El Quijote I, p 40). Podría decirse, en gran medida, que en Don Quijote los linderos religiosos no son tan precisos como se había hecho pensar y cobran un color gris al tematizar personajes que incorpora elementos tanto del catolicismo como el islamismo en su diario vivir[1]. La reverencia que Zoraida les brinda a Alá y “Lela Marién” o la Virgen María en las cartas que ella dirige al cautivo cristiano corrobora este punto.   


                                                                                                                                                         
Tal vez la decisión de ficcionalizar al renegado sea una crítica solapada a la Corona Española que activamente había promovido la propagación de prejuicios sumamente intolerantes hacia los judíos y moros, cuyas conversiones se veían con reticencia. Cervantes plantea así, de forma soterrada, que España realice una especie de introspección y se examine detenidamente en el espejo de la realidad puesto que muchos de sus propios ciudadanos, por pura conveniencia, estaban desertando la Iglesia Católica en bloque[2]. Frente a un estereotipo reduccionista y simplificador del morisco como mal cristiano o converso dudoso que debe ser, por tanto, desterrado en masa, la “Historia de Cautivo” nos devela la humanidad tantas veces envilecida del “otro,” al presentarnos un amplio abanico de motivaciones individuales que podrían haber repercutido en la decisión de unos cautivos de optar por la apostasía.                                         

Quizás en el personaje de Ricote, expulsado por ser de ascendencia morisca, es donde más salga a relucir la plena humanidad de los “españoles” a quienes España, la tierra que les vio nacer, dio la espalda sin piedad. Al emprender su retorno al palacio de los Duques tras su intento fallido de gobernar su ínsula Barataria, Sancho se topa con un grupo de vagabundos extranjeros, de entre los cuales, se halla un viejo vecino del pueblo de Sancho: el morisco Ricote, recientemente desterrado de la Península[3]. Ricote se aprovecha de la coyuntura para relatarle a su amigo, a través de su descorazonador testimonio, las contrariedades y privaciones que le había tocado vivir como consecuencia del edicto de expulsión promulgado por Felipe III. En su diálogo con Sancho, se evidencia el impacto nocivo que tuvo el dictamen del rey a comunidades enteras que se habían visto obligadas a desarraigarse, dejar atrás lo conocido y abandonar la única tierra que conocían como su verdadero terruño so pena de muerte: “Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural …” (El Quijote II, p 54).                                                                                                                                                       
A pesar de la gravedad de su situación, Ricote profesa un “dulce amor por la patria” y parece estar irónicamente de acuerdo con el bando que propició su deportación y la enajenación de todos sus bienes materiales, por cuya consecución había derramado mucho sudor y lágrimas. Quizás lo que más resulte de extrañeza de este pasaje es que le atribuya al rey una inspiración divina y se siga reconociendo como su abnegado súbdito pese al hecho de que dicho monarca haya estimado inconveniente su presencia y la de sus demás vasallos moriscos en España: 

“Bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo enemigos dentro de casa” (El Quijote II, p 54).

Esta larga cita es, a mi juicio, la más importante de la obra para entender a cabalidad la actitud ambivalente de Cervantes ante el problema morisco: comprensión con los motivos del Decreto y compasión por los que lo sufrieron, sobre todo con aquellos que eran cristianos genuinos y no tramaban contubernios contra el rey con sus hermanos de raza arábica de allende el mar. Según Javier de la Puente Sánchez, “persistía el temor a que este pueblo, musulmanes de corazón o reales unos, cristianos sinceros otros, pudieran servir de puente para una eventual invasión turca de la Península, a pesar de que un siglo antes (1502) otro decreto obligase a la conversión al cristianismo de todos los súbditos de la Corona de Castilla (incumpliendo de este modo las Capitulaciones de Reino de Granada, que garantizaban la libertad religiosa de los nuevos súbditos castellanos)” (De la Puente Sánchez, 43).                                                                 

Sin embargo, llama poderosamente la atención que Cervantes haya recurrido al personaje de Ricote para poner en sus labios las opiniones encontradas que se tenían del decreto de expulsión, opiniones que dejan entrever matices grisáceos que de-construyen la “verdad” y la vuelve polifónica. Ricote no es la única válvula de escape de la que se vale Cervantes para exteriorizar el conflicto interno que vive respecto al destierro de los moriscos. Las palabras de Ana Félix, hija de Ricote, también dar cuenta del sentimiento de desplazamiento y desarraigo que embargaron a los moriscos al ser expulsados de España:

“De aquella nación más desdichada que prudente sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo, de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fui yo por dos tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas y aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió con los que tenían a cargo nuestro miserable destierro decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido (…) Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, (…) críeme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas jamás (…) di señales de ser morisca” (El Quijote II, p 63).

A pesar de este ambiente altamente intolerante, enrarecido por la desconfianza y la xenofobia, Cervantes se compadece de los moriscos y se rehúsa a tipificarlos a todos como naturalmente malvados, optando más bien por separar la virtud del origen como elementos no necesariamente simbióticos: “cada uno es hijo de sus obras” (Don Quijote I, p 4). Podría pensarse, por ende, que Cervantes propone una especie de determinismo individualista que debe primar sobre el influjo de nuestro trasfondo étnico-religioso en vista de que muchos moriscos, debidamente catequizados estaban siendo expulsados, por temor de que pudieran ser falsos conversos y futuros colaboradores de los turcos-berberiscos en la eventualidad de una posible invasión. 



Cervantes multiculturalista y Zoraida

La imagen de España que surge en Don Quijote seguirá siendo la más elocuente de todas; España aparece aquí como un espacio vasto, cohesionado en su diversidad geográfica y étnico-cultural y de unas fronteras inciertas y nebulosas que parecen definirse no en función a territorios o demarcaciones administrativas, sino a linderos religiosos. La España del Ingenioso Hidalgo es constituida por un archipiélago de comunidades, aldeas y pueblos, a los que los personajes bautizan como “patrias” o “naciones.” Es de aclarar que estos apelativos no guardan atingencia ninguna con la idea de “patria” que se tiene hoy en día, la cual es un concepto netamente nacionalista que se refiere a un sentido de pertenencia a un conglomerado humano al que ciertos rasgos característicos (raza, lengua, religión) habrían impuesto una personalidad específica y diferenciable de otras. Más allá de ubicarse dentro de fronteras culturalmente definidas y fijas, la España de Don Quijote es un mundo plural y difuso, compuesta por una retahíla de “patrias” de las particularidades culturales más abigarradas y variopintas.                                                          

No obstante, Cervantes no debería pensarse como un adalid del multiculturalismo o que sus muestras de conmiseración por la expatriación de los moriscos constituían alegatos a favor de prolongación de su presencia en España. Tal aserción sería innegablemente ahistórica e incorrecta puesto que Cervantes estaba de acuerdo con la expulsión de los moros por razones de seguridad nacional y por la indisposición de parte de los moriscos para integrarse socialmente (seguían haciendo vida aparte). Tampoco sería descabellado afirmar que el cautiverio de cinco años que padeció Cervantes a manos de los turcos le generó cierto remordimiento por los moros que posiblemente hubiera visto con recelo y suspicacia por haber batallado a brazo partido contra ellos. Lo que sí demuestra Cervantes es una inmensa compasión hacia la desgracia personal de cada uno de los moriscos desplazados, personificados en Ricote y Ana Félix, lo cual no debería confundirse con el mutuo entendimiento interétnico o el multiculturalismo.                                 

Si bien abundan pasajes en que Cervantes surge como un dechado de tolerancia hacia la diferencia cultural, hay otros pasajes que comprometen tal postura y deshacen la falsa idea en boga de que Cervantes era un multiculturalista a rajatablas. Es interesante que el autor prefiera convertir al catolicismo a sus personajes moriscos en aras de volverse aceptables y asimilables a la cultura católica-española. Tal es el caso del renegado español sin nombre que facilita el escape de Ana Félix, del cual ella dice “es cristiano encubierto y que viene con más deseo de quedarse en España que de volver a Berbería” (Don Quijote II, p 63). Dicho renegado, una vez desembarcado en España, termina volviendo al seno de la Iglesia Católica: “reincorporóse y redújose el renegado con la Iglesia, y de miembro podrido, volvió lo limpio y sano con la penitencia y el arrepentimiento” (Don Quijote II, p 65).                                                             

La catolicidad de Zoraida es otro caso en que se atisba la preferencia de Cervantes por “españolizar” a sus personajes y purgarlos de elementos étnico-religiosos que entrarían en conflicto con la cultura católica que se estaba imponiendo en la Península. Al parecer, Cervantes se enrumba por el determinismo individualista al separar su identidad étnica-nacional de sus convicciones religiosas: “Mora es en el traje y en el cuerpo; pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene grandísimos deseos de serlo” (Don Quijote I, 37). Que Cervantes haya ubicado a la mora dentro de un marco de referencia cristiano podría sugerir cierta preferencia a que sus personajes opten por el catolicismo a expensas de otros credos como el islamismo o judaísmo.                                                                                                                                                
Empero, la catequesis de Zoraida responde, más bien, a razones más prácticas como la supervivencia del autor ya que su propio estatus de cristiano podría verse cuestionado por sus experiencias en Argel. Cabe recordar, como ya hemos visto a lo largo de esta monografía, que los límites culturales eran porosos y fluidos en el Mediterráneo y se veía con mucho recelo a aquellas personas que tenían identidades múltiples, dada la polarización étnico-religiosa entre católicos, judíos y musulmanes. No es gratuito que Ricote no fuera bien recibido en Argel por haber pasado al “otro lado:” “…y en Berbería, y en todas partes de África, donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan …” (Don Quijote II, 54). Según Gregorio Marañón, “la causa de este mal recibimiento que tuvieron en Argel fueron los celos de judíos, moros y árabes, pues temían que los moriscos recién llegados acapararan los oficios productivos” (Marañón, 76). Tampoco era gratuito que lo mismo ocurriera a españoles que habían pasado mucho tiempo en tierra de musulmanes: “No era extraño que los que retornaban a España después de un largo cautiverio en países islámicos fueran interrogados por la Inquisición y, vistos con recelo por haber pasado al ‘otro lado.’ Se trataba de comprobar que no hubieran traicionado ni su fe cristiana ni a su Rey, adoptando las creencias y costumbres del enemigo” (Garcés, 330). 


                                                                                                                   

Como resultado de lo anterior, son entendibles los adjetivos peyorativos que suele utilizar Cervantes al describir a los moros. Para blindarse a sí mismo de posibles ataques de parte de la mentalidad contrarreformista que se había apoderado de España, Cervantes se le adelanta a cualquier crítica que ésta le pudiera hacer valiéndose de epítetos y descalificativos desobligantes para dejar sentado su repudio hacia los musulmanes. Tal vez el adjetivo más empleado en una u otra forma es que los islámicos son unos embusteros como en el caso en que el cautivo le promete a Zoraida que se casaría con ella, diciéndole que “los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros” (Don Quijote I, p 41). No obstante, increparlos a los musulmanes de mentirosos no es el único baldón con el que les descarga. Ana Félix se refiere a Argel, una metrópoli musulmana, como “el mismísimo infierno” y Lotario compara la locura de su amigo, Anselmo, con la irracionalidad y terquedad del moro, al que no se le puede convencer del error teológico de su “sacra religión.”                                                                                                                      

Quizás la incertidumbre respecto a la autoría que Cervantes instaura en el centro de su escritura sea una herramienta de evadirse a la crítica. “Nos encontramos así,” afirma Garcés, “con una obra escrita en árabe por un historiador musulmán, traducida de nuevo al castellano, de donde se había tomado originalmente, pues podemos presumir que la historia que relata Cide Hamete Benengeli (la de un caballero castellano) se extrajo en principio de los anales de Castilla” (Garcés, 102). Cervantes se reconoce como el padrastro de la obra y le atribuye la autoría a Cide Hamete, lo cual podría interpretarse como una estrategia para protegerse y legitimar sus quejas y críticas en boca de un morisco, dado el entorno altamente hostil y nativista en que se ambientó Don Quijote[4].                                                                                                         

Al parecer, Cervantes utiliza la voz de sus personajes moriscos como un escudo para resguardarse contra cualquier persecución que se le pueda venir encima por haberse atrevido a criticar el “establecimiento.” Valiéndose de la voz de Ricote, Cervantes le lanza una crítica nada implícita a la sociedad intolerante en que subsiste, la cual dista mucho de sociedades como la italiana y la alemana que a él le parecen más tolerantes y menos propensas al prejuzgamiento: “Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia” (Don Quijote II, p 54). No obstante, por medio del uso gratuito de increpaciones étnicas y el ensalzamiento de los “cristianos viejos” por su “limpieza de sangre,” Cervantes vuelve a protegerse, instalando varios anillos de seguridad alrededor de su autoría en aras de volatilizar cualquier duda que podría empañar su lealtad. Sancho Panza exclama sin pelos en la lengua que él no tiene por qué envidiarle a los ricos porque “aunque pobre, soy cristiano viejo” (Don Quijote I, p 47) y Dorotea dice que sus padres son “labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos” (Don Quijote I, p 28), lo cual se debería entender como una estrategia para escudarse contra cualquier crítica que pudiera relacionar a Cervantes con la “maurofilia,” es decir, admiración desmedida por la cultura mora.                                                                                       

En síntesis, la impronta que tiene el mundo islámico en Don Quijote es innegable y se hace patente a través de los numerosos personajes moriscos que pueblan sus páginas. Hay una abundancia de citas, referencias y detalles que no sólo dejan al descubierto el contacto íntimo que tuvo Cervantes con la cultura árabo-musulmana, heredada de Al-Ándalus, sino también permiten entrever su sensibilidad por los infortunios ajenos como la expulsión de los moriscos. Como había dicho anteriormente, sería a las claras imposible comprobar con ciencia cierta lo que pensaba Cervantes respecto a los moriscos cuando se puso a escribir Don Quijote. Sin embargo, se puede argumentar en gran medida que Cervantes se vale de sus personajes moriscos para criticar la intolerancia de España y ridiculizar los prejuicios étnicos que utiliza para discriminar e inferiorizar a los demás. Tal pareciera que Cervantes se solidariza o se compadece de los rechazados, y humaniza a figuras que hasta ese momento se habían visto con desprecio y desconfianza. 

 Bibliografía
Cervantes Saavedra, Miguel. Don Quijote de la Mancha. Madrid: Vintage Español, 2002.
De la Puente Sánchez, Javier. “Los moros en El Quijote” Foro de Educación. No. 9, 2007, pg 37-45.
Domínguez, Julia. “El laberinto mental del exilio en Don Quijote: El testimonio del morisco Ricote,” Hispania , Vol. 92, No. 2 (May 2009), pg. 183-192.
Garcés, María Antonia. Cervantes en Argel. Madrid: Editorial Gredos, 2005.
- , “Cuatrocientos años con Don Quijote: 1605-2005” Colombia: la alegría de pensar. Bogotá: Universidad Autónoma de Colombia, 2004.
Goytisolo, Juan. Crónicas Sarracinas. Madrid: Ruedo Ibérico, 1981.
King, Willard. “Cervantes, el cautiverio y los renegados.” Nueva Revista de Filología Hispánica, T. 40, No. 1 (1992), pg. 279-291.
Márquez Villanueva, Francisco. Moros, moriscos y turcos de Cervantes. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2010.
Marañón, Gregorio. Expulsión y diáspora de los moriscos españoles. Madrid: Santillana, 2004.
Spunberg, Alberto. Miguel de Cervantes: grandes biografías. Madrid: Editorial Rueda, 2000.
Irigoyen García, Javier. “El problema morisco en Los baños de Argel de Miguel de Cervantes” Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Vol. 32, No. 3 (Primavera 2008), pg. 421-438



[1] Javier Irigoyen García. El problema morisco en Los baños de Argel, pg. 428.

[2] Willard King. Cervantes, el cautiverio y los renegados, pg. 285.

[3] Julia Domínguez, El laberinto mental del exilio en Don Quijote: el testimonio del morisco Ricote, pg. 185.
[4] Francisco Márquez Villanueva. Moros, moriscos y turcos de Cervantes, pg 203.





















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