En su última columna para El Espectador, la escritora Carolina Sanín declaró que "todo en Bogotá" le es execrable. A manera de réplica, el periodista Rodrigo Sandoval Araújo se abocó a la tarea de refutar sus argumentos y aportarle visibilidad a los atractivos de la "Atenas de Suramérica," que nos suelen eludir la atención debido a la debacle de movilidad en que se encuentran sumidos los bogotanos.
El tema de la movilidad está a punto de colapsar en Bogotá y durante mi estadía allí fue una de las cosas que más me atenazaba, pues matiza tanto la ineptitud e improvisación de los dirigentes municipales como la incapacidad del ex-alcalde Samuel Moreno, quien actualmente se encuentra removido de sus funciones y encanado por su ignominiosa actuación en el Carrusel de la Contratación, la comidilla del año. Ojalá Gustavo Petro le devuelva un rumbo claro a la ciudad y logre finiquitar el sinnúmero de las obras inconclusas que hacen que Bogotá se parezca a una urbe bombardeada como Baghdad o Kabul. Numerosas vías se encuentran en un estado sobremanera precario, atiborradas de baches que no sólo atentan contra las integridades físicas de los transeúntes sino también contra la operabilidad de los vehículos. Hasta los taxistas se han acostumbrado a esquivar los recovecos con experta maestría para que sus unidades no sufran con los cráteres lunares que tachonean el casco urbano.
Como cualquier ciudad del mundo, Bogotá tiene tanto sus defectos como sus virtudes. Si te puedes subir en él, te sentirás como un tubo de crema dental espichado. Se me asoman a la mente tantos recuerdos de todo el tiempo que perdí parado en Transmi, espichado por un gentío embravecido que se empeñaba en ingresar a como diera lugar pese al hecho de que ya no había ni un alfiler. La ecuación es simple, pues se bajan dos personas y suben unas 364.
Esos ratos de desespero se repetían todos los días cuando tenía que desplazarme para hacer alguna diligencia o asistir a mis clases, pero eran formativos porque me enseñaron lo que significa la palabra PACIENCIA. Esos recorridos siempre frustrados por trancones inacabables no me dejaban con otra cosa que hacer que devorar libros a tarascadas y escuchar Salsa (La Zeta te prende) de un celular que no aguantaba pila. Pese a estar siempre repleto de gente, y dependiendo del grado de cansancio o embriaguez que uno pueda tener, uno se puede dormir plácidamente de pie pues las demás personas a su alrededor lo sostendrán durante el trayecto. Lastimosamente, todas esas horas perdidas jamás se recuperarán gracias a unos gobernantes embadurnados de corrupción e ilegitimidad que han dejado mucho que desear en materia de movilidad.
El Transmilenio es una vaina interesante, pues es el único sistema de transporte que cuenta con Salidas de Emergencia que cumplen (si es que realmente cumplen) una función meramente estética. Hasta las alarmas de sobrepeso son meramente decorativas, pues nadie las atiende. Aquí siempre se cumple la famosa máxima de "Los últimos (en entrar) serán los primeros (en salir)."
Aunque sé que muchos no concordarán conmigo en lo que se refiere a los vendedores ambulantes que se suben a las busetas para vender sus mercancías, esto tal vez fue el aspecto que más me agradó de Bogotá. Muchos los desprecian por su descomedida insistencia que suele rayar en la coacción, pero a mí me gustaron los parlamentos que empleaban para inducirme a comprar o los cuentos que relataban que hacían más llevaderos y agradables mis retornos a casa. Hasta me aprendí esos parlamentos de memoria:
"Muy buenas tardes damas y caballeros, en el día de hoy les vengo ofreciendo este rico y delicioso caramelo Chocobrei con sabor a caramelo, el cual está pegando mucho y es de la prestigiosa y exclusiva empresa colombina, tiene un costo y un valor de 200 para su mayor economía lleve tres por 500 o seis en mil, la dama o el caballero de buen corazón que me desee colaborar con mi forma de "trabajo", les ruego el favor de no botar los desechos al piso, ya que esto afecta mi trabajo. NO SEÑORES, su aporte no se orienta a alimentar ningún vicio, pues soy un individuo juicioso y sano, que por los avatares de la vida, me veo obligado a desempeñar esta humilde labor. Muchísimas gracias y que tengan un feliz y plácido viaje. Recuerden, uno en 200, tres en 500 y cinco en 1000. APOYEN EL TRABAJO Y NO EL HURTO." (JAJAJA)
A veces reclamaban porque los pasajeros no les respondían el saludo o vociferaban que antes deberíamos estar agradecidos de que habían tenido la decencia de subirse a esos "medios de transporte" para trabajar dignamente y no estar en calle atracando y terrorizando a la gente de bien. Lo que más me extrañaba eran los señores que se montaban a las buseticas para enseñar sus heridas aún sangrientas y mal cosidas o sus pústulas fétidas. Esos sí eran momentos espeluznantes, pero sigo extrañando mucho la espontaneidad incierta que caracteriza a Bogotá.
Estas formas de ocupación informales siempre me han interesado mucho, pues en Estados Unidos no se dan con la frecuencia cómo se manifiestan en Colombia, aunque aquí las labores desempeñadas al margen de la legalidad van en aumento pese a la débil pero sostenida recuperación económica. En Bogotá el 50% del empleo en Bogotá es generado por la economía informal. Así lo afirmó Humberto Moreno, investigador para el Informe de Desarrollo Humano para Bogotá, quien cree que la economía informal bogotana es la que genera mayor número de empleos y que, por ende, se constituye como la base de los ingresos de los estratos menos favorecidos. Si bien es cierto que los vendedores ambulantes o estacionarios que no cuentan con el debido permiso para vender sus mercancías infringen las normas, también es cierto que si los sacan de las calles a empellones o a chorros de agua y se les decomisa sus productos, se aumentaría la tasa de desocupación y se exacerbaría terriblemente la criminalidad ya rampante que azota a Bogotá.
Ya me desvié del tema. Sin ánimo de explayarme indebidamente, quisiera transcribir textualmente la disyuntiva que se planteó entre los periodistas Sanín y Sandoval, la cual ha sido el desencadenante de un debate sobre la calidad de vida en el "Tibet Suramericano." A mi juicio, el debate tiene ribetes regionalistas pese al origen cachaco de los periodistas, pues los bogotanos de pura cepa exigen que los provincianos no muerdan la mano que les da de comer y que antes sean agradecidos por todas las oportunidades que "Huecotá" les ha brindado como el trabajo y una calidad de vida que sobrepuja a la que está acostumbrada la mayoría de los colombianos que radican en zonas rurales y apartadas.
Hasta hay bogotanos que desean promover un impuesto para que los provincianos paguen y les retribuyan a una ciudad que les sirve de sustento. Los provincianos, por su parte, quieren que Bogotá se hunda una vez por todas en la laguna en que se fundó en aras de descentralizar el país, acabar con la corrupción y incentivar la liberalización comercial interregional.
SIN MÁS PREÁMBULOS...
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