A lo
largo de Don Quijote nos vamos familiarizando con la huella indeleble que ha
dejado el mundo islámico sobre su narrativa. A través de innumerables
personajes moriscos y abundantes referencias al islamismo que transversalizan
sus páginas de principio a fin, Miguel de Cervantes Saavedra logra recrear con
singular maestría un pasado multicultural y religiosamente diverso que remite a
la España pluriétnica del Medioevo, en la que convivían, en cercana proximidad,
cristianos, moros y judíos. En Don Quijote se nos presenta un mundo
cultural y anímicamente escindido por una frontera “binacional,” la cual es
continuamente atravesada por individuos que no sólo oscilan entre dos
territorios culturales y geopolíticos, sino también son capaces de evaluar sus
vivencias desde marcos interpretativos frescos e insospechados, los cuales
enriquecen considerablemente la lectura. La
gran obra de Cervantes debe estudiarse a la luz de la biografía del autor
puesto que es indudable la impronta que sus propias experiencias vitales
dejaron en su creación. Cervantes, por sus orígenes andaluces, y por sus años
de secuestrado en las galeras de Argel, demuestra un conocimiento
extraordinario sobre el islamismo que sólo podría haber adquirido durante su
lustro de cautiverio; dicho sea de paso, las vivencias, nada halagüeñas que
tuvo en Argel, le sirvieron de andamiajes temáticos para construir el monumento
literario de Don Quijote. Es de resaltar
que La historia del cautivo, una de los fragmentos intercalados
presentes en la obra, está en gran medida moldeada por las propias vivencias de
Cervantes como combatiente en la batalla de Lepanto del año 1571, un hecho que
marcó de por vida al autor puesto que fue hecho preso por cinco años en calidad
de “cautivo.”
Si esta narración dramatiza o pone en escena ocurrencias históricas relacionadas con las guerras mediterráneas en las que participó el soldado Cervantes, también adquiere, por momentos, un marcado sesgo autobiográfico: “De todos los sucesos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida,” dirá el cautivo al regresar a España después de su puesta en libertad y retorno a la Península ibérica (1,40). Por medio de la escenificación de las experiencias de Cervantes, podemos tomar conciencia tanto de las sensibilidades humanísticas como de los prejuicios de índole étnico-religiosa que guardaba Cervantes con respecto al mundo musulmán, los cuales se encuentran plasmados en Don Quijote.
Si esta narración dramatiza o pone en escena ocurrencias históricas relacionadas con las guerras mediterráneas en las que participó el soldado Cervantes, también adquiere, por momentos, un marcado sesgo autobiográfico: “De todos los sucesos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida,” dirá el cautivo al regresar a España después de su puesta en libertad y retorno a la Península ibérica (1,40). Por medio de la escenificación de las experiencias de Cervantes, podemos tomar conciencia tanto de las sensibilidades humanísticas como de los prejuicios de índole étnico-religiosa que guardaba Cervantes con respecto al mundo musulmán, los cuales se encuentran plasmados en Don Quijote.
Por
ende, en esta monografía me propongo estudiar la actitud ambivalente y
tornadiza a la que le tocó recurrir Cervantes para eludir la censura opresiva
del Estado español y no caer en desgracia ante la opinión pública, enardecida
por la intolerancia católica contra los que eran vistos como “otros” o no
cristianos. Si bien es a las claras imposible sondear los pensamientos que
podrían habérsele ocurrido a Cervantes cuando empuñó la pluma y se puso a
escribir Don Quijote, me limitaré a compulsar pasajes que denotan cierta
simpatía hacia los musulmanes con aquellos en que Cervantes arremete con lanza
en ristre contra su cultura, despotricando contra sus prácticas “ignominiosas”
y tachándolos de “galgos.”
El eje temático de este ensayo girará en torno a “La historia del cautivo,” puesto que es uno de los pasajes donde mejor se revela el conocimiento vastísimo que Cervantes tenía del mundo islámico-norafricano al clasificarlos de manera concienzuda y meticulosa: tagarinos de Aragón, mudéjares de Granada, elches del reino de Fez. Nos esboza datos concernientes a sus oficios, tanto en la vida civil como en la milicia, de sus hábitos alimenticios y sus atuendos lujosos y estrambóticos. Igualmente se analizará la figura de Zoraida no sólo por ser uno de los personajes femeninos más fuertes y distintivos debido a la agencia irrebatible que demuestra en la toma de decisiones que le afectarían de por vida, sino también por el sincretismo étnico-religioso que acusa en las misivas que le dirige al cautivo.
El eje temático de este ensayo girará en torno a “La historia del cautivo,” puesto que es uno de los pasajes donde mejor se revela el conocimiento vastísimo que Cervantes tenía del mundo islámico-norafricano al clasificarlos de manera concienzuda y meticulosa: tagarinos de Aragón, mudéjares de Granada, elches del reino de Fez. Nos esboza datos concernientes a sus oficios, tanto en la vida civil como en la milicia, de sus hábitos alimenticios y sus atuendos lujosos y estrambóticos. Igualmente se analizará la figura de Zoraida no sólo por ser uno de los personajes femeninos más fuertes y distintivos debido a la agencia irrebatible que demuestra en la toma de decisiones que le afectarían de por vida, sino también por el sincretismo étnico-religioso que acusa en las misivas que le dirige al cautivo.
Mi
análisis tampoco dejará por fuera a otros personajes arábigos-musulmanes de
igual importancia como Ana Félix, Ricote y el “renegado,” quienes como
Cervantes son “seres de frontera” que no sólo se trasladan de un lado al otro
de la frontera sino también nos aportan insumos teóricos enriquecedores que nos
permiten entender los fenómenos que se narran desde una multiplicidad de
perspectivas. Dicho sea de paso, los moriscos en Don Quijote no se nos presentan como seres del todo satanizados y
envilecidos, como hubiera pretendido la Santa Sede. Tal pareciera que ellos son
más bien seres de carne y hueso, con virtudes y defectos, que tienen mucho en
común con los lectores españoles-católicos de Don Quijote, lo cual me hace pensar que este acercamiento
intercultural se propicia debido a una posible estrategia que podría haber
instrumentalizado Cervantes para tender puentes transculturales y promover el
mutuo entendimiento. No obstante, como había dicho anteriormente, esto sería
imposible de comprobar a ciencia cierta pero en las páginas que siguen me
propondré analizar el retrato multifacético que se nos pinta de los moriscos. Miguel
de Cervantes autobiográfico Como
punto de partida, cabe señalar de antemano que la lectura de Don Quijote
presupone un reto hercúleo porque Cervantes avanza camuflado detrás de
máscaras, de nombres y de seudónimos con los que intenta disimular y hacer
imperceptibles las marcas que va dejando en el texto. Las similitudes que
existen entre su biografía personal y los hechos conmovedores que se quedan
consignados en la “Historia del Cautivo” son dicientes y se nos abre un
resquicio por el que podemos apreciar con nitidez el límite vibrante entre historia
y ficción que vuelve al soldado Miguel de Cervantes indistinguible de Ruy Pérez
de Viedma, ambos hechos prisioneros en los “baños” (corrales de esclavos) de
Argel. Para estar a tono con esta intricada trama que matiza componentes
autobiográficos con otros de carácter ficticio, propongo que nos acerquemos a
la temática de una manera cervantina, es decir, en un zigzag serpenteante que
debe desplazarse entre la vida y la creación literaria, y viceversa. Al
regresar a España después de participar en la batalla de Lepanto (1571) y en
otras campañas mediterráneas de corte bélico contra los turcos, el soldado
Miguel de Cervantes fue capturado por corsarios turco-berberiscos y conducido
cautivo a la ciudad de Argel, en el norte de África. Sus cinco años vividos en
cautiverio, relegados a los baños argelinos, dejaron una huella imborrable no
sólo en su psiquis sino también en su producción literaria, reapareciendo
continuamente en casi totalidad de sus obras, desde los primeros textos
dramáticos y narrativos, escritos después de su puesta en libertad hasta los
que se publicaron póstumamente. Como había sugerido anteriormente, el
cautiverio o “privación de libertad” no sólo ocupa un lugar central en la
creación literaria de Cervantes, sino que se convierte en el eje o meollo
temático al que la escritura retorna sin cesar. Por
ende, no es gratuito que el aprisionamiento funja como fuente de inspiración en
Don Quijote. Desde este ángulo interpretativo, resulta particularmente
sugestiva la tesis de Goytisolo, quien sostiene que la “summa cervantina” se
concibe “desde la otra orilla, la de lo excluido y rechazado por España.” El
escritor español argumenta que Cervantes “elaboró su compleja y admirable
visión de España durante su prisión en tierras africanas, en contraposición al
modelo rival con el que contendía” (Crónicas, pp. 60-61). Sumado a esto, cabría
agregarle la asociación que se ha realizado entre la mazmorra y la cuna de la
obra quijotesca. Recordemos que, en el prólogo de El Quijote, el autor aduce
sin ambages ni circunloquios que fue “en una cárcel, donde toda incomodidad
tiene su asiento.” Algunos críticos han incurrido en el error de pasar por alto
la reclusión de Cervantes en los baños de Argel, y han preferido interpretar
este pasaje como una simple declaración simbólica carente que cualquier vínculo
autobiográfico que lo podría anclar en la realidad. Sin embargo, ese argumento
se demerita sustancialmente al apreciar el marcado sesgo autobiográfico que
acusa el preámbulo de Ruy Pérez de Viedma: “De todos los sucesos sustanciales
que en este suceso (el cautiverio) me acontecieron, ninguno se me ha ido de la
memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida,” (El Quijote I, p.
40) dirá el soldado puesto en libertad al reflexionar sobre lo traumática e
inolvidable que había sido su reclusión.
Conviene aquí realizar un breve paréntesis para
reflexionar sobre la famosísima frase de don Quijote a Sancho Panza sobre la
libertad y el cautiverio: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos
dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por
la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio
es el mayor mal que puede venir a los hombres” (El Quijote II, p. 58). Detrás
de la frase, y del personaje de ficción que la pronuncia, asoma la silueta del
propio Miguel de Cervantes que sabía muy bien de lo hablaba. Sus cinco años de
cautivo en Argel y sus tres encarcelaciones en España por deudas y supuestos
malos manejos cuando era inspector de contribuciones en Andalucía para la
Armada Invencible, debían de haber fomentado en él, como en pocos, un apetito
de libertad y un pavor paralizante por la falta de ella que impregna de
autenticidad y fuerza a aquella frase y proporciona un indisimulable sentido
libertario a la historia del Ingenioso Hidalgo. El Quijote, por lo
tanto, es inequívocamente un canto a libertad, pues la idea de la libertad
emerge en el libro como la soberanía que ejerce un individuo para desarrollar
su vida sin interferencias ni condicionamientos, en exclusiva función de su
libre albedrío, sin que nada ni nadie se interponga en su plena e
ininterrumpida realización.
Es, por consiguiente, a todas luces evidente que los
sinsabores y las penalidades que experimentó Cervantes en las mazmorras de
Argel nutrieron gran parte de la creación de Cervantes, familiarizándolo con la
otra España, la que había sido denigrada, satanizada y expulsada. Es de
resaltar que en la “Historia del Cautivo” Cervantes no sólo opera detrás de las
bambalinas, escondiéndose detrás de su alter-ego, Ruy Pérez de Viedma, sino
también que se inserta dentro de la narrativa misma como uno de los secuestrados
liberados:
“sólo libró bien con él un soldado
español, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que
quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar
libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y,
por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado,
y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar,
yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para
entretenernos y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia” (El
Quijote I, p 40).
El "Renegado" y Ricote: relaciones de acercamiento y rechazo
Sin embargo, lo que más me parece valioso rescatar de este pasaje es el acercamiento que nos brinda el mundo abigarrado de los renegados, cautivos cristianos y amos turcos-berberiscos que pueblan las páginas de este cuento intercalado. Se podría argumentar, en gran medida, que la caracterización del renegado que surge en Don Quijote es atípica, por decirlo menos, puesto que Cervantes no lo sataniza ni nos transmite una imagen sobremanera envilecida y brutalizada. El renegado en Don Quijote se nos manifiesta, más bien, como una figura benévola e indulgente, que facilita la liberación del cautivo al prestarse como traductor de las misivas que se intercambian entre él y Zoraida y les consigue la barca en que se dan a la fuga los raptados cristianos. Vale la pena que recordemos que durante esta época apostatar de la fe católico-romana era sinónimo de renegar de la nacionalidad española, lo cual se consideraba un crimen de alta traición que se saldaba con la muerte.
Lo que me pareció sumamente sugestivo del renegado
quijotesco es que Ruy Pérez de Viedma no sólo lo tiene como su confidente
predilecto, con quien le confía sus planes por emprender la huida, sino también
entabla una amistad entrañable e íntima con él:
“En fin, yo me determiné de fiarme
de un renegado natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y
puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le
encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse
a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales,
en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien,
y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la
primera ocasión que se le ofrezca” (El Quijote I, p 40).
Igualmente, me resulta particularmente interesante que
se refiera al dicho renegado como “nuestro renegado,” lo cual sugiere cierta
aceptación o tolerancia que en España sería impensable. Según Alberto Spunberg,
“para hacer dinero en Argel, la religión no era un obstáculo insalvable ni
mucho menos … Según los intereses, muchos feligreses cambiaban de credo como
quien cambia de empresa” (Spunberg, 44). Al parecer, muchos mercaderes y
cautivos españoles abrazaban el islamismo para asegurarse réditos más
favorables de los negocios que entablaban con los turcos-berberiscos o para
blindarse del trato draconiano que solían recibir los cautivos católicos. “No
había ocurrido nada diferente,” afirma Spunberg, “entre los moriscos que
habitaban en Europa” (Spunberg, 44).
Si bien es cierto que los moriscos convertidos a la
fuerza seguían practicando sus ritos religiosos de manera encubierta, lejos de
la mirada panóptica e inquisidora de la Iglesia Católica, es interesante que el
renegado se aferre a costumbres católicas como la de llevarse puesto el
crucifijo: “… sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró
por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo
…” (El Quijote I, p 40). Podría decirse, en gran medida, que en Don
Quijote los linderos religiosos no son tan precisos como se había hecho
pensar y cobran un color gris al tematizar personajes que incorpora elementos
tanto del catolicismo como el islamismo en su diario vivir[1].
La reverencia que Zoraida les brinda a Alá y “Lela Marién” o la Virgen María en
las cartas que ella dirige al cautivo cristiano corrobora este punto.
Tal vez la decisión de ficcionalizar al renegado sea
una crítica solapada a la Corona Española que activamente había promovido la
propagación de prejuicios sumamente intolerantes hacia los judíos y moros,
cuyas conversiones se veían con reticencia. Cervantes plantea así, de forma soterrada,
que España realice una especie de introspección y se examine detenidamente en
el espejo de la realidad puesto que muchos de sus propios ciudadanos, por pura
conveniencia, estaban desertando la Iglesia Católica en bloque[2].
Frente a un estereotipo reduccionista y simplificador del morisco como mal
cristiano o converso dudoso que debe ser, por tanto, desterrado en masa, la
“Historia de Cautivo” nos devela la humanidad tantas veces envilecida del
“otro,” al presentarnos un amplio abanico de motivaciones individuales que
podrían haber repercutido en la decisión de unos cautivos de optar por la
apostasía.
Quizás en el personaje de Ricote, expulsado por ser de
ascendencia morisca, es donde más salga a relucir la plena humanidad de los
“españoles” a quienes España, la tierra que les vio nacer, dio la espalda sin
piedad. Al emprender su retorno al palacio de los Duques tras su intento
fallido de gobernar su ínsula Barataria, Sancho se topa con un grupo de
vagabundos extranjeros, de entre los cuales, se halla un viejo vecino del
pueblo de Sancho: el morisco Ricote, recientemente desterrado de la Península[3].
Ricote se aprovecha de la coyuntura para relatarle a su amigo, a través de su
descorazonador testimonio, las contrariedades y privaciones que le había tocado
vivir como consecuencia del edicto de expulsión promulgado por Felipe III. En
su diálogo con Sancho, se evidencia el impacto nocivo que tuvo el dictamen del
rey a comunidades enteras que se habían visto obligadas a desarraigarse, dejar
atrás lo conocido y abandonar la única tierra que conocían como su verdadero
terruño so pena de muerte: “Doquiera que estamos lloramos por España, que, en
fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural …” (El Quijote II, p
54).
A pesar de la gravedad de su situación, Ricote profesa
un “dulce amor por la patria” y parece estar irónicamente de acuerdo con el
bando que propició su deportación y la enajenación de todos sus bienes
materiales, por cuya consecución había derramado mucho sudor y lágrimas. Quizás
lo que más resulte de extrañeza de este pasaje es que le atribuya al rey una
inspiración divina y se siga reconociendo como su abnegado súbdito pese al hecho
de que dicho monarca haya estimado inconveniente su presencia y la de sus demás
vasallos moriscos en España:
“Bien vi, y vieron todos nuestros
ancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían,
sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado
tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados
intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración
divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda
resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos
firmes y verdaderos; pero eran tan pocos que no se podían oponer a los que no
lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo enemigos dentro
de casa” (El Quijote II, p 54).
Esta larga cita es, a mi juicio, la
más importante de la obra para entender a cabalidad la actitud ambivalente de
Cervantes ante el problema morisco: comprensión con los motivos del Decreto y
compasión por los que lo sufrieron, sobre todo con aquellos que eran cristianos
genuinos y no tramaban contubernios contra el rey con sus hermanos de raza
arábica de allende el mar. Según Javier de la Puente Sánchez, “persistía el
temor a que este pueblo, musulmanes de corazón o reales unos, cristianos sinceros
otros, pudieran servir de puente para una eventual invasión turca de la
Península, a pesar de que un siglo antes (1502) otro decreto obligase a la
conversión al cristianismo de todos los súbditos de la Corona de Castilla
(incumpliendo de este modo las Capitulaciones de Reino de Granada, que
garantizaban la libertad religiosa de los nuevos súbditos castellanos)” (De la
Puente Sánchez, 43).
Sin embargo, llama poderosamente la
atención que Cervantes haya recurrido al personaje de Ricote para poner en sus
labios las opiniones encontradas que se tenían del decreto de expulsión,
opiniones que dejan entrever matices grisáceos que de-construyen la “verdad” y
la vuelve polifónica. Ricote no es la única válvula de escape de la que se vale
Cervantes para exteriorizar el conflicto interno que vive respecto al destierro
de los moriscos. Las palabras de Ana Félix, hija de Ricote, también dar cuenta
del sentimiento de desplazamiento y desarraigo que embargaron a los moriscos al
ser expulsados de España:
“De aquella nación más desdichada
que prudente sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo,
de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fui yo por dos
tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana,
como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas y aparentes, sino
de las verdaderas y católicas. No me valió con los que tenían a cargo nuestro
miserable destierro decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la
tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había
nacido (…) Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, (…)
críeme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas jamás (…) di señales
de ser morisca” (El Quijote II, p 63).
A pesar de este ambiente altamente
intolerante, enrarecido por la desconfianza y la xenofobia, Cervantes se
compadece de los moriscos y se rehúsa a tipificarlos a todos como naturalmente
malvados, optando más bien por separar la virtud del origen como elementos no
necesariamente simbióticos: “cada uno es hijo de sus obras” (Don Quijote I, p
4). Podría pensarse, por ende, que Cervantes propone una especie de
determinismo individualista que debe primar sobre el influjo de nuestro
trasfondo étnico-religioso en vista de que muchos moriscos, debidamente
catequizados estaban siendo expulsados, por temor de que pudieran ser falsos
conversos y futuros colaboradores de los turcos-berberiscos en la eventualidad
de una posible invasión.
Cervantes multiculturalista y
Zoraida
La imagen de España que surge en Don
Quijote seguirá siendo la más elocuente de todas; España aparece aquí como
un espacio vasto, cohesionado en su diversidad geográfica y étnico-cultural y
de unas fronteras inciertas y nebulosas que parecen definirse no en función a
territorios o demarcaciones administrativas, sino a linderos religiosos. La
España del Ingenioso Hidalgo es constituida por un archipiélago de comunidades,
aldeas y pueblos, a los que los personajes bautizan como “patrias” o
“naciones.” Es de aclarar que estos apelativos no guardan atingencia ninguna
con la idea de “patria” que se tiene hoy en día, la cual es un concepto
netamente nacionalista que se refiere a un sentido de pertenencia a un conglomerado
humano al que ciertos rasgos característicos (raza, lengua, religión) habrían
impuesto una personalidad específica y diferenciable de otras. Más allá de
ubicarse dentro de fronteras culturalmente definidas y fijas, la España de Don
Quijote es un mundo plural y difuso, compuesta por una retahíla de “patrias” de
las particularidades culturales más abigarradas y variopintas.
No obstante, Cervantes no debería
pensarse como un adalid del multiculturalismo o que sus muestras de
conmiseración por la expatriación de los moriscos constituían alegatos a favor
de prolongación de su presencia en España. Tal aserción sería innegablemente
ahistórica e incorrecta puesto que Cervantes estaba de acuerdo con la expulsión
de los moros por razones de seguridad nacional y por la indisposición de parte
de los moriscos para integrarse socialmente (seguían haciendo vida aparte).
Tampoco sería descabellado afirmar que el cautiverio de cinco años que padeció
Cervantes a manos de los turcos le generó cierto remordimiento por los moros
que posiblemente hubiera visto con recelo y suspicacia por haber batallado a
brazo partido contra ellos. Lo que sí demuestra Cervantes es una inmensa
compasión hacia la desgracia personal de cada uno de los moriscos desplazados,
personificados en Ricote y Ana Félix, lo cual no debería confundirse con el
mutuo entendimiento interétnico o el multiculturalismo.
Si bien abundan pasajes en que
Cervantes surge como un dechado de tolerancia hacia la diferencia cultural, hay
otros pasajes que comprometen tal postura y deshacen la falsa idea en boga de
que Cervantes era un multiculturalista a rajatablas. Es interesante que el
autor prefiera convertir al catolicismo a sus personajes moriscos en aras de
volverse aceptables y asimilables a la cultura católica-española. Tal es el
caso del renegado español sin nombre que facilita el escape de Ana Félix, del
cual ella dice “es cristiano encubierto y que viene con más deseo de quedarse
en España que de volver a Berbería” (Don Quijote II, p 63). Dicho
renegado, una vez desembarcado en España, termina volviendo al seno de la
Iglesia Católica: “reincorporóse y redújose el renegado con la Iglesia, y de
miembro podrido, volvió lo limpio y sano con la penitencia y el
arrepentimiento” (Don Quijote II, p 65).
La catolicidad de Zoraida es otro
caso en que se atisba la preferencia de Cervantes por “españolizar” a sus
personajes y purgarlos de elementos étnico-religiosos que entrarían en
conflicto con la cultura católica que se estaba imponiendo en la Península. Al
parecer, Cervantes se enrumba por el determinismo individualista al separar su
identidad étnica-nacional de sus convicciones religiosas: “Mora es en el traje
y en el cuerpo; pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene
grandísimos deseos de serlo” (Don Quijote I, 37). Que Cervantes haya ubicado a
la mora dentro de un marco de referencia cristiano podría sugerir cierta
preferencia a que sus personajes opten por el catolicismo a expensas de otros
credos como el islamismo o judaísmo.
Empero, la catequesis de Zoraida
responde, más bien, a razones más prácticas como la supervivencia del autor ya
que su propio estatus de cristiano podría verse cuestionado por sus
experiencias en Argel. Cabe recordar, como ya hemos visto a lo largo de esta
monografía, que los límites culturales eran porosos y fluidos en el
Mediterráneo y se veía con mucho recelo a aquellas personas que tenían
identidades múltiples, dada la polarización étnico-religiosa entre católicos,
judíos y musulmanes. No es gratuito que Ricote no fuera bien recibido en Argel
por haber pasado al “otro lado:” “…y en Berbería, y en todas partes de África,
donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos
ofenden y maltratan …” (Don Quijote II, 54). Según Gregorio Marañón, “la causa
de este mal recibimiento que tuvieron en Argel fueron los celos de judíos,
moros y árabes, pues temían que los moriscos recién llegados acapararan los
oficios productivos” (Marañón, 76). Tampoco era gratuito que lo mismo ocurriera
a españoles que habían pasado mucho tiempo en tierra de musulmanes: “No era
extraño que los que retornaban a España después de un largo cautiverio en
países islámicos fueran interrogados por la Inquisición y, vistos con recelo
por haber pasado al ‘otro lado.’ Se trataba de comprobar que no hubieran
traicionado ni su fe cristiana ni a su Rey, adoptando las creencias y
costumbres del enemigo” (Garcés, 330).
Como resultado de lo anterior, son
entendibles los adjetivos peyorativos que suele utilizar Cervantes al describir
a los moros. Para blindarse a sí mismo de posibles ataques de parte de la
mentalidad contrarreformista que se había apoderado de España, Cervantes se le
adelanta a cualquier crítica que ésta le pudiera hacer valiéndose de epítetos y
descalificativos desobligantes para dejar sentado su repudio hacia los
musulmanes. Tal vez el adjetivo más empleado en una u otra forma es que los islámicos
son unos embusteros como en el caso en que el cautivo le promete a Zoraida que
se casaría con ella, diciéndole que “los cristianos cumplen lo que prometen
mejor que los moros” (Don Quijote I, p 41). No obstante, increparlos a los
musulmanes de mentirosos no es el único baldón con el que les descarga. Ana
Félix se refiere a Argel, una metrópoli musulmana, como “el mismísimo infierno”
y Lotario compara la locura de su amigo, Anselmo, con la irracionalidad y
terquedad del moro, al que no se le puede convencer del error teológico de su
“sacra religión.”
Quizás la incertidumbre respecto a
la autoría que Cervantes instaura en el centro de su escritura sea una
herramienta de evadirse a la crítica. “Nos encontramos así,” afirma Garcés,
“con una obra escrita en árabe por un historiador musulmán, traducida de nuevo
al castellano, de donde se había tomado originalmente, pues podemos presumir que
la historia que relata Cide Hamete Benengeli (la de un caballero castellano) se
extrajo en principio de los anales de Castilla” (Garcés, 102). Cervantes se
reconoce como el padrastro de la obra y le atribuye la autoría a Cide Hamete,
lo cual podría interpretarse como una estrategia para protegerse y legitimar
sus quejas y críticas en boca de un morisco, dado el entorno altamente hostil y
nativista en que se ambientó Don Quijote[4].
Al parecer, Cervantes utiliza la voz
de sus personajes moriscos como un escudo para resguardarse contra cualquier
persecución que se le pueda venir encima por haberse atrevido a criticar el
“establecimiento.” Valiéndose de la voz de Ricote, Cervantes le lanza una
crítica nada implícita a la sociedad intolerante en que subsiste, la cual dista
mucho de sociedades como la italiana y la alemana que a él le parecen más
tolerantes y menos propensas al prejuzgamiento: “Pasé a Italia y llegué a
Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus
habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque
en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia” (Don Quijote
II, p 54). No obstante, por medio del uso gratuito de increpaciones étnicas y
el ensalzamiento de los “cristianos viejos” por su “limpieza de sangre,”
Cervantes vuelve a protegerse, instalando varios anillos de seguridad alrededor
de su autoría en aras de volatilizar cualquier duda que podría empañar su
lealtad. Sancho Panza exclama sin pelos en la lengua que él no tiene por qué
envidiarle a los ricos porque “aunque pobre, soy cristiano viejo” (Don Quijote
I, p 47) y Dorotea dice que sus padres son “labradores, gente llana, sin mezcla
de alguna raza mal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos”
(Don Quijote I, p 28), lo cual se debería entender como una estrategia para
escudarse contra cualquier crítica que pudiera relacionar a Cervantes con la
“maurofilia,” es decir, admiración desmedida por la cultura mora.
En síntesis, la impronta que tiene
el mundo islámico en Don Quijote es innegable y se hace patente a través
de los numerosos personajes moriscos que pueblan sus páginas. Hay una
abundancia de citas, referencias y detalles que no sólo dejan al descubierto el
contacto íntimo que tuvo Cervantes con la cultura árabo-musulmana, heredada de
Al-Ándalus, sino también permiten entrever su sensibilidad por los infortunios
ajenos como la expulsión de los moriscos. Como había dicho anteriormente, sería
a las claras imposible comprobar con ciencia cierta lo que pensaba Cervantes
respecto a los moriscos cuando se puso a escribir Don Quijote. Sin
embargo, se puede argumentar en gran medida que Cervantes se vale de sus
personajes moriscos para criticar la intolerancia de España y ridiculizar los prejuicios
étnicos que utiliza para discriminar e inferiorizar a los demás. Tal pareciera
que Cervantes se solidariza o se compadece de los rechazados, y humaniza a
figuras que hasta ese momento se habían visto con desprecio y desconfianza.
Bibliografía
De la Puente Sánchez, Javier. “Los moros en El Quijote” Foro de
Educación. No. 9, 2007, pg 37-45.
Domínguez, Julia. “El laberinto mental del exilio en Don Quijote: El
testimonio del morisco Ricote,” Hispania , Vol. 92, No. 2 (May 2009),
pg. 183-192.
Garcés, María Antonia. Cervantes en Argel. Madrid: Editorial
Gredos, 2005.
- , “Cuatrocientos años con Don Quijote: 1605-2005” Colombia: la
alegría de pensar. Bogotá: Universidad Autónoma de Colombia, 2004.
Goytisolo, Juan. Crónicas Sarracinas. Madrid: Ruedo Ibérico,
1981.
King, Willard. “Cervantes, el cautiverio y los renegados.” Nueva
Revista de Filología Hispánica, T. 40, No. 1 (1992), pg. 279-291.
Márquez Villanueva, Francisco. Moros, moriscos y turcos de Cervantes.
Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2010.
Marañón, Gregorio. Expulsión y diáspora de los moriscos españoles.
Madrid: Santillana, 2004.
Spunberg, Alberto. Miguel de Cervantes: grandes biografías.
Madrid: Editorial Rueda, 2000.
Irigoyen García, Javier. “El problema morisco en Los baños de Argel
de Miguel de Cervantes” Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Vol.
32, No. 3 (Primavera 2008), pg. 421-438
[1] Javier Irigoyen García. El problema morisco en Los
baños de Argel, pg. 428.
[2] Willard King. Cervantes, el cautiverio y los
renegados, pg. 285.
[3] Julia Domínguez, El
laberinto mental del exilio en Don Quijote: el testimonio del morisco Ricote,
pg. 185.
[4]
Francisco
Márquez Villanueva. Moros, moriscos y turcos de Cervantes, pg 203.