El mes pasado un "coterráneo" mío del Chocó me pidió encarecidamente que comentara un artículo sobre el estado actual de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Colombia y el atolladero insalvable en que, al parecer, se encuentra el TLC. Aparentemente, los sectores económicos del país se habían declarado sumamente desilusionados con la posible cancelación de las preferencias arancelarias, el TLC sigue más enredado que nunca y que se prevé una merma substancial en los capitales que se destinan per annum al Plan Colombia.
Sin ánimo de lastimar sensibilidades, me referiré brevemente a un artículo que leí hace un par de meses que encontré bien sugestivo por múltiples razones, la principal siendo la elucidación de las fluidas dinámicas de la relación binacional que sostienen EEUU y Colombia en lo diplomático. Según algunos politólogos, esta relación altamente volátil ha oscilado entre la "genuflexión criolla y el intervencionismo." Los mismos analistas son enfáticos al señalar que la Casa de Nariño se ha pintado como una sucursal de la Embajada de EEUU puesto que en Colombia se ha venido dando el caso peculiar de "intervencion por invitación." Es curioso recordar que en Colombia tal vez no habría una Embajada de EEUU si Mariano Ospina Rodríguez 1857-1861 se hubiera salido con la suya, pues él pretendía precisamente anexar la "Confederación Granadina" a EEUU en aras del progreso nacional.
A continuación cito textualmente un pasaje diciente del artículo en cuestión que pone en jaque los argumentos manidos de antaño que retrata a EEUU desfavorablemente y brinda una importancia desmesurada, por no decir indebida, a nuestro histórico "unilateralismo."
"Durante el periodo de Álvaro Uribe, que es al que pertenecen los cables de WikiLeaks, hay elementos que llaman la atención. La embajada se convirtió en vértice de una especie de ‘triangulación’ para enviar mensajes al presidente. ¿Dónde en el mundo, el vicepresidente pide al embajador gringo que le ayude a convencer al presidente de la gravedad de las ‘chuzadas’ del DAS? Los dirigentes colombianos acudían a la sede diplomática en busca de bendiciones sobre temas locales, como lo hicieron Mario Uribe, para la configuración de sus listas a Senado y Cámara, o un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, frente a la controversia entre esta y el Ejecutivo. Y hasta las ONG y la oposición buscaban en la embajada influir en el juego de ‘castigos’ entre Washington y Bogotá, como la no aprobación del TLC o el congelamiento de fondos del Plan Colombia, lo que, curiosamente, en lugar de cuestionar la ‘intervención’, como era típico en la izquierda del pasado, lo que hace es legitimarla. La imagen del presidente Uribe llamando, delante del embajador, al fiscal general para pedirle premura en las investigaciones de los ‘falsos positivos’ es elocuente."
Dicho sea de paso, los cables denotan no sólo comprensión de los problemas y respeto a las instituciones democráticas de Colombia por parte de la Embajada sino también desenmascara o deja al descubierto el deseo soterrado que tienen ciertos sectores de Colombia que EEUU se inmiscuya indebidamente en sus asuntos internos. Sería superfluo decir que, por lo menos, en esta conyuntura la Embajada de EEUU en Bogotá salió bien estacionada.
Entre las tendencias históricas de la política exterior colombiana, la cercanía a EEUU es, sin duda, una de las más descollantes. Desde el desmembramiento del territorio nacional que encontró su apogeo en la pérdida de Panamá, Colombia ha buscado adelantar sus objetivos diplomáticos principalmente por medio de la asociación con el país del norte. La convicción generalizada de los que detentaban el poder político y económico de que la proximidad era deseable como estrategia para defender los intereses nacionales dio origen a la doctrina del respice polum.
En su condición de mal presidente pero connotado latinista, don Marco Fidel Suárez, acuñó ese término y sentó un precedente trascendental para que las interacciones de Colombia con el resto del mundo estuvieran fuertemente mediadas por sus vínculos, al parecer indisolubles, con Washington. La estrategia de asociación que ha caracterizado la diplomacia colombiana constituye una política de estado que no ha sufrido sino nimias modificaciones durante más de un siglo.
Para muchos politólogos, por bajo de la internacionalización del conflicto armado promovida por ex presidente Andrés Pastrana durante los años noventa subyacía un solapado deseo porque EEUU cobrara conciencia de lo decisiva que era Colombia en su lucha contra las drogas y adecuara sus intereses a los de los colombianos.
Para ello, Pastrana puso manos a la obra para difundir ante el mundo una imagen de Colombia como país "problema" cuyo estado era incapaz de afrontar por sí solo los estragos generados por el narcotráfico y por el recrudecimiento del conflicto armado. Puesto que EEUU se consideraba una fuente indispensable de ayuda económica y militar, el gobierno colombiano no solo admitió un nivel considerable de injerencia estadounidense en la planeación y ejecución del Plan Colombia sino que instó a que ese país se involucrase más de fondo en la situación interna.
El desmoronamiento del proceso de paz con las FARC en el febrero de 2002 suscitó la articulación de un nuevo discurso colombiano, de caracter antiterrorista, que le cupo como anillo al dedo a la retórica vengativa y beligerante que había adoptado EEUU a raíz de los ataques terrorista del 11 de septiembre, acaecidos en su territorio. Uribe explotaría esa guerra contra el terrorismo y modificaría sustancialmente el uso convencional del respice polum al acuciar a Washington a que tomara un papel más proactivo y protagónico en el Plan Patriota, y al articular la realidad colombiana en un lenguaje altamente problemático que resaltó la amenaza que representaba Colombia para la estabilidad regional.
El caso de la política exterior de Colombia sugiere que es imprescindible poner bajo una lupa analítica la forma en que los países débiles, con menos poder adquisitivo, pueden fomentar y perpetuar relaciones de asociación y subyugación en sus interacciones con contrapartes más potentes. Sería impresentable desconocer la influencia avasalladora que tiene EEUU en contextos como el colombianos ni sus actitudes que rayan en el imperialismo alrededor del mundo. No obstante, subrayar discriminadamente las asimetrías de poder que se manifiestan en las dinámicas de poder entre las dos naciones es obviar los mecanimos de los que echaron mano los gobiernos de Pastrana y Uribe para propiciar un mayor involucramiento estadounidense en los asuntos internos de Colombia.
Sin ánimo de lastimar sensibilidades, me referiré brevemente a un artículo que leí hace un par de meses que encontré bien sugestivo por múltiples razones, la principal siendo la elucidación de las fluidas dinámicas de la relación binacional que sostienen EEUU y Colombia en lo diplomático. Según algunos politólogos, esta relación altamente volátil ha oscilado entre la "genuflexión criolla y el intervencionismo." Los mismos analistas son enfáticos al señalar que la Casa de Nariño se ha pintado como una sucursal de la Embajada de EEUU puesto que en Colombia se ha venido dando el caso peculiar de "intervencion por invitación." Es curioso recordar que en Colombia tal vez no habría una Embajada de EEUU si Mariano Ospina Rodríguez 1857-1861 se hubiera salido con la suya, pues él pretendía precisamente anexar la "Confederación Granadina" a EEUU en aras del progreso nacional.
"Durante el periodo de Álvaro Uribe, que es al que pertenecen los cables de WikiLeaks, hay elementos que llaman la atención. La embajada se convirtió en vértice de una especie de ‘triangulación’ para enviar mensajes al presidente. ¿Dónde en el mundo, el vicepresidente pide al embajador gringo que le ayude a convencer al presidente de la gravedad de las ‘chuzadas’ del DAS? Los dirigentes colombianos acudían a la sede diplomática en busca de bendiciones sobre temas locales, como lo hicieron Mario Uribe, para la configuración de sus listas a Senado y Cámara, o un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, frente a la controversia entre esta y el Ejecutivo. Y hasta las ONG y la oposición buscaban en la embajada influir en el juego de ‘castigos’ entre Washington y Bogotá, como la no aprobación del TLC o el congelamiento de fondos del Plan Colombia, lo que, curiosamente, en lugar de cuestionar la ‘intervención’, como era típico en la izquierda del pasado, lo que hace es legitimarla. La imagen del presidente Uribe llamando, delante del embajador, al fiscal general para pedirle premura en las investigaciones de los ‘falsos positivos’ es elocuente."
Dicho sea de paso, los cables denotan no sólo comprensión de los problemas y respeto a las instituciones democráticas de Colombia por parte de la Embajada sino también desenmascara o deja al descubierto el deseo soterrado que tienen ciertos sectores de Colombia que EEUU se inmiscuya indebidamente en sus asuntos internos. Sería superfluo decir que, por lo menos, en esta conyuntura la Embajada de EEUU en Bogotá salió bien estacionada.
Entre las tendencias históricas de la política exterior colombiana, la cercanía a EEUU es, sin duda, una de las más descollantes. Desde el desmembramiento del territorio nacional que encontró su apogeo en la pérdida de Panamá, Colombia ha buscado adelantar sus objetivos diplomáticos principalmente por medio de la asociación con el país del norte. La convicción generalizada de los que detentaban el poder político y económico de que la proximidad era deseable como estrategia para defender los intereses nacionales dio origen a la doctrina del respice polum.
En su condición de mal presidente pero connotado latinista, don Marco Fidel Suárez, acuñó ese término y sentó un precedente trascendental para que las interacciones de Colombia con el resto del mundo estuvieran fuertemente mediadas por sus vínculos, al parecer indisolubles, con Washington. La estrategia de asociación que ha caracterizado la diplomacia colombiana constituye una política de estado que no ha sufrido sino nimias modificaciones durante más de un siglo.
Para muchos politólogos, por bajo de la internacionalización del conflicto armado promovida por ex presidente Andrés Pastrana durante los años noventa subyacía un solapado deseo porque EEUU cobrara conciencia de lo decisiva que era Colombia en su lucha contra las drogas y adecuara sus intereses a los de los colombianos.
El desmoronamiento del proceso de paz con las FARC en el febrero de 2002 suscitó la articulación de un nuevo discurso colombiano, de caracter antiterrorista, que le cupo como anillo al dedo a la retórica vengativa y beligerante que había adoptado EEUU a raíz de los ataques terrorista del 11 de septiembre, acaecidos en su territorio. Uribe explotaría esa guerra contra el terrorismo y modificaría sustancialmente el uso convencional del respice polum al acuciar a Washington a que tomara un papel más proactivo y protagónico en el Plan Patriota, y al articular la realidad colombiana en un lenguaje altamente problemático que resaltó la amenaza que representaba Colombia para la estabilidad regional.
El caso de la política exterior de Colombia sugiere que es imprescindible poner bajo una lupa analítica la forma en que los países débiles, con menos poder adquisitivo, pueden fomentar y perpetuar relaciones de asociación y subyugación en sus interacciones con contrapartes más potentes. Sería impresentable desconocer la influencia avasalladora que tiene EEUU en contextos como el colombianos ni sus actitudes que rayan en el imperialismo alrededor del mundo. No obstante, subrayar discriminadamente las asimetrías de poder que se manifiestan en las dinámicas de poder entre las dos naciones es obviar los mecanimos de los que echaron mano los gobiernos de Pastrana y Uribe para propiciar un mayor involucramiento estadounidense en los asuntos internos de Colombia.
Antes de finalizar esta entrada, quisiera dejar bien sentada mi postura frente al TLC y las relaciones diplomáticas que se sostienen entre EEUU y Colombia. Siempre he sido siempre un firme creyente de la liberalización comercial y de la integración, a todos los niveles, entre los pueblos. Considero que la evidencia económica es irrebatible en cuanto a los beneficios que se obtienen producto de la internacionalización. Todos los países que tienen unas economías abiertas a la inversión extranjera y un mayor volumen de comercio internacional per capita (exportaciones per capita + importaciones per capita) logran unos niveles de desarrollo humano, calidad de vida y crecimiento económico, superiores a sus similares.
Ahora, no por ello debemos creer que cualquier tipo de liberalización, integración e internacionalización es buena per se. Es sumamente importante que cualquier tratado que se suscriba entre los dos países sea de beneficio recíproco y que no le abra paso a una relación de mula y jinete que vulnera ni lesiona los derechos de los más desprotegidos, tanto en EEUU como en Colombia.
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