RENUNCIA DE RESPONSABILIDAD : Las opiniones aquí expresadas pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista del Departamento del Estado de los EEUU, el Programa Fulbright, la Comisión Fulbright de Colombia, el Instituto de Estudios Internacionales (IIE) o la Universidad de los Andes. Léase todo con comprensión. Atentamente, Gabriel-Josué Hurst

viernes, 6 de mayo de 2011

La intelectualidad criolla del siglo XIX y el modelo “andinocentrista”


 

Para comprender a cabalidad las representaciones que elaboraron los dos autores mencionados acerca de los afrodescendientes, es imprescindible que pongamos bajo una lupa analítica los diferentes discursos andinocentristras emanados por la intelectualidad criolla del siglo XIX, especialmente los que desarrollaron Francisco José de Caldas y José María Samper para quienes la nación se prefiguraba conformada por una geografía fragmentada y habitada por diversas razas. En el proyecto andinocentrista incidió una multiplicidad de factores como el dualismo superioridad blanca/inferioridad negra, en el que convergió una plétora de corrientes ideológicas tales como la exégesis cristiana, la filosofía clásica griega y las crónicas de viaje de los primeros exploradores europeos llegados a África . Estos planteamientos no sólo sirvieron de justificación al rapto de millones de africanos que fueron trasplantados forzosamente a las Américas en calidad de esclavos sino que sentaron los cimientos de una sociedad colonial sustentada por la mano de obra esclava, lo cual posibilitó el surgimiento de un sistema de jerarquización socio-racial denominado la sociedad de castas, en la cual confluyeron viejas nociones sobre la inferioridad negra matizadas con nuevos argumentos científicos que se esgrimían para elucidar el orden de la naturaleza y la sociedad.

Dinamizado por los argumentos climistas que se divulgaban en Europa a fines del siglo XVIII por reconocidos naturalistas como George Louis de Buffon y Corneille de Pauw, el modelo andinocentrista se radicalizó y se utilizó como una herramienta de reivindicación que les permitió a los criollos ilustrados de la Nueva Granada refutar la idea reduccionista de que eran intrínsecamente inferiores por el entorno “salvaje” y “malsano” en que subsistían y generar, mediante la apropiación de los mismos presupuestos epistemológicos, formas de diferenciación internas entre los habitantes de la naciente república en aras de la construcción de un orden jerárquico en el cual ellos ocuparían una posición privilegiada dentro del espacio físico que estaban construyendo. Por lo tanto, los textos de Caldas y de Samper deben ser comprendidos dentro del marco conceptual de una conciencia elitista articulada por la intelectualidad criolla que buscaba rebatir la supuesta degeneración del hombre americano en la llamada “defensa de América” a la vez de resaltar las ventajas del clima en determinadas zonas del país como los Andes como una acertada estrategia de posicionamiento de los criollos americanos que los colocaría en la cúspide de la pirámide social.

“Del influjo del clima sobre los seres organizados” fue un texto fundacional escrito por Francisco José de Caldas publicado el 19 de mayo de 1808 en el Semanario del Nuevo Reino de Granada , cuya tesis principal buscaba constatar la estrecha relación entre las condiciones climáticas de un lugar determinado y la propensión de sus habitantes al progreso. Caldas sostenía que la agudeza mental, la oral y la pujanza económica de un colectivo, variaban de acuerdo a su ubicación geográfica entre la civilización encumbrada en las alturas de las cordilleras andinas y las tierras ribereñas y tórridas que eran tenidas por retrógradas. Desde una postura metodológica que le proporcionó insumos para identificar y hacer comprensible la geografía de los Andes como un foco de civilización y el progreso, circunvalado por periferias salvajes y atrasadas, Caldas fue, según Alfonso Múnera:

“el creador, en nuestro medio, de la visión sobre la cual se fundamentaría una y otra vez, a lo largo del siglo XIX y bien entrado el XX, el discurso hegemónico de la república andina, en el cual los valles y mesetas de las grandes cordilleras encarnaron el territorio ideal de la nación, y las costas, las tierras ardientes de los valles ribereños, los llanos y las selvas el ‘otro,’ la imagen negativa de una América inferior, tal como se había concebido desde Europa.”

En realidad, “Del influjo del clima sobre los seres organizados” constituye una réplica a Diego María Tanco, un entusiasta de las ciencias, quien había desestimado la iniciativa de Caldas por demostrar de manera científica que las virtudes y los vicios dependían directamente del clima en un artículo que éste escribiera titulado “Estado de la geografía del virreinato de Santafé de Bogotá.” Por el contrario, Tanco insistió en la educación como el principal factor que determinaba el grado de moralidad que poseía cada ser humano . A manera de respuesta a las objeciones de Tanco, Caldas publicó “Del influjo del clima sobre los seres organizados,” su estudio más completo sobre el tema en el que emprendió la ardua tarea de elucidar cómo el clima influía en la distribución y la constitución moral e intelectual de los habitantes del virreinato. Al publicar este monumental trabajo, Caldas terminó por construir una de las imágenes que más perdurabilidad e influencia había ostentado en el género ensayístico colombiano del siglo XIX: la benignidad de las tierras altas-frías (montañas y altiplanicies) en oposición a la insalubridad de las tierras bajas-ardientes (en cuyo menor nivel estaban las selvas y llanos). En uno de sus párrafos más sugestivos, al compulsar a los mulatos de las costas con los indios y castas de los Andes, afirma Caldas:

“Éstos (indios y castas andinos) son más blancos y de carácter más dulce. Las mujeres delicadas tienen belleza, y se vuelven a ver los rasgos y los perfiles delicados a este sexo. El pudor, el recato, el vestido, las preocupaciones domésticas recobran todos sus derechos. Aquí no hay intrepidez, no se lucha con las ondas y con las fieras. Los campos, las mieses, los rebaños, la dulce paz, los frutos de la tierra, los bienes de una vida sedentaria y laboriosa están derramados sobre los Andes. Un culto reglado, unos principios de moral y de justicia, una sociedad bien formada y cuyo yugo no se puede sacudir impunemente; un cielo despejado y sereno, un aire suave, una temperatura benigna, han producido costumbres moderadas y ocupaciones tranquilas. El amor, esta zona tórrida del corazón humano, no tiene esos furores, esas crueldades, ese carácter sanguinario y feroz del mulato de la costa. Aquí se ha puesto en el idioma sublime y patético de la poesía…Los celos, tan terribles en otra parte y que más de una vez han empapado en sangre la base de los Andes, aquí han producido odas, canciones, lágrimas y desengaños…Las castas todas han cedido a la benigna influencia del clima, y el morador de nuestra cordillera se distingue del que está a sus pies por caracteres brillantes y decididos. ”

El discurso climista de Caldas peca de ambigua y desconcertante por un lado, pues en ninguna parte desmiente el racismo científico y el determinismo geográfico de Buffon, con los cuales está en completa sintonía. Lo curioso de este pasaje radica en el hecho de que Caldas echa mano de los mismos discursos climistas que inicialmente se habían esgrimido en Europa para desvalorizar a los habitantes de las Américas y construir una inferioridad que para los americanos, les era inherente a su lugar de nacimiento. Consciente de las “maneras cultas” y la “blancura de la piel” como requisitos de una “sociedad civilizada,” Caldas se concentró en constatar que los habitantes de los Andes no se conformaban con el arquetipo bárbaro e inferiorizado del hombre americano, cuya imagen se estaba proliferando en Europa, puesto que los Andes estaban idealmente posicionados para “dar nacimiento a un hombre física, intelectual y moralmente igual al europeo. ”

Sin controvertir estas dialécticas inferiorizantes, hace uso de las mismas para introducir una variante; no los Andes, pero sí las tierras bajas-ardientes, llanos y selvas del nuevo mundo producían una naturaleza y unos seres humanos irremisiblemente inferiores. Los indios y las castas de los Andes no sólo estaban en igualdad de condiciones en términos de su constitución moral e intelectual con sus contrapartes europeas, sino que eran también iguales a los europeos en lo racial por ser “más blancos,” una estrategia claramente desesperada a la que recurrió Caldas para “blanquear” al legado indígena del altiplano cundiboyacense y legitimarlo como el bastión del proyecto civilizador de las clases dirigentes del siglo XIX.

El intento de Caldas por “blanquear” a la región andina y realzar el refinamiento de las relaciones sociales de sus pobladores es sumamente problemático si se toman en cuenta las observaciones hechas por viajeros extranjeros como el erudito alemán Ernst Röthlisberger, quien había escrito un informe de viaje sobre sus peripecias por la Sabana de Bacatá, titulado El Dorado, Viaje en imágines culturales de la Colombia suramericana (1898). En dicho informe el profesor suizo no sólo hace referencia a los escandalosos niveles de pobreza y al trabajo pesado que se les endilgaba a los indios, quienes constituían una especie de “bestias de cargas” al servicio de las clases altas, sino que también señala la existencia de un sistema de jerarquización social basado en diferencias económicas y raciales. Dilucida las complejas dinámicas que le daban ímpetu al dominio de castas a la vez que habla del valor que entrañaba ser blanco o pretender serlo para la ocupación de las altas posiciones sociales y burocráticas:

“La vida social de Bogotá es definida por las castas dominantes, cuyo poder está basado en diferencias raciales y posesión de bienes. Los blancos y aquellos que quieren serlo, al igual que los mestizos ocupan las posiciones sociales más altas y todos los cargos públicos…En todo caso, la población blanca es mucho menor de lo que el orgullo de los colombianos está dispuesto a aceptar.”

Al parecer, la pureza racial se había revestido de suma importancia para los colombianos que detentaban el poder, en la que se basaban tanto la legitimidad de sus prebendas y como la exigencia de ellas. Sin embargo, podría argumentarse, en gran medida, que para sustentar su propia entereza racial, las élites andinas tuvieron que disponer de un “otro” como parte esencial en un proceso de construcción de una identidad andina como el “yo” que mejor encarnaba la imagen de la nación imaginada por los estratos dirigentes. En Caldas la urbanidad, las normas remilgadas de recato y el temperamento ecuánime del hombre andino se contrasta con la irascibilidad, la sevicia y el “carácter sanguinario y feroz” del provinciano calentano , su antítesis identitaria. Caldas centra su ataque en la inferioridad del hombre calentano y, en especial, su destemplanza emocional y su aparente incapacidad de ejercer control sobre sus más rudimentarios instintos como su sexualidad desenfrenada. El calentano aparece en sus escritos como un ser grotescamente animalizado, intrépido, naturalmente predispuesto a los excesos y poseedor de un carácter incorregiblemente levantisco. Según Múnera, su elección del mulato ribereño como el ser que constituía una especie de apoteosis de todo lo abominable y defectuoso en la conducta de los seres humanos no es gratuita: “Su acogida entusiasta e incondicional del pensamiento científico europeo en boga lo llevó a reproducir las teorías racistas más extremas sobre las cuales se fundamentaba la superioridad natural del hombre de Occidente y se caricaturizaba hasta lo indecible la humanidad de los negros africanos. ”

Lo más relevante aquí es la herencia intelectual que lega Caldas a los pensadores criollos que seguirían sus pisadas en la cerebral tarea de imaginar lo que posteriormente sería Colombia desde unas coordinadas altamente problemáticas que concebían el país como un espacio segmentado, natural y anímicamente escindido en dos grupos antagónicos: el de los civilizados y el de los bárbaros. Caldas defendería esta dicotomía conceptual a capa y espada y la traspasaría a escritores tan connotados como Tomás Carrasquilla y Bernardo Arias Trujillo y políticos de la talla de Salvador Camacho Roldán y Laureano Gómez, quienes coincidirían con el ilustrado payanés en el papel determinante del clima sobre los seres organizados. Estos intelectuales no sólo se apropiarían de la jerarquía socio-racial transversalizada por los pisos térmicos construida por Caldas como una herramienta para taxonomizar las diferencias internas sino que también la actualizarían, aportando sus propias apreciaciones plasmadas en sus escritos, novelas e informes para arrojar luz sobre el perpetuo atraso en que se encontraba sumido el país.

El legado de la construcción de unas geografías racialmente diferenciadas se maduraría a lo largo del siglo XIX en los textos de los intelectuales colombianos que vendrían en pos de Francisco José de Caldas. Esta tradición alcanzaría su punto culminante en Ensayos sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas, publicado por José María Samper en 1861 con el objetivo de lograr lo que Caldas había logrado 50 años atrás: demostrarle a la Europa civilizada, y demostrarse a sí mismos, que Colombia no era la guarida de salvajes impulsivos que le creían sino, por el contrario, la tierra de “sabios gramáticos, latinistas y consagradas academias ” en donde coexistían dos geografías antagónicas, cuyas condiciones climáticas y aptitudes al progreso se situaban a las antípodas los unos de los otros. En dicho texto, se problematiza aún más el trama de la configuración del imaginario nacional y se advierten los mismos códigos y fundamentos deterministas de antaño que se pretendían analizar y entender Colombia a partir de la relación que se daba entre el clima y el grado de civilización de sus habitantes.

José María Samper, un paladín del ideario liberal de la segunda mitad del siglo XIX, es una figura histórica de gran complejidad, pues su respaldo por las grandes reformas políticas, económicas y sociales encaminadas a descentralizar el gobierno del país e implantar un sistema altamente federalista al amparo de la Constitución de 1863, entraba en conflicto de manera irónica con los ejercicios intelectuales que adelantó en aras de la legitimación de un centro civilizador acreedor de dominio sobre unas periferias retrógradas e incivilizadas. Sin embargo, según Lina del Mar Moreno Tovar, pese a las diferencias ideológicas que radicalizaron la lucha bipartidista entre conservadores y liberales a mediados del siglo XIX, los dos partidos “soñaban con una nación de pobladores lo más blancos posibles y que, pese a que actualizaron muchas de las ideas derivadas del añejo pensamiento colonial europeo sobre la inferioridad de ciertas razas y territorios, no lograron apartarse por completo de ellas, ni de la organización socio-racial que se derivó de éstas ni del sistema de castas mediante el cual se clasificó y ordenó el mundo .” Cabe señalar igualmente que durante este período el conocimiento geográfico surge como uno de los que más sugestiona las mentes de la clase política sin distingo de afiliación partidaria, pues los adeptos de ambos partidos se adscribieron a modelos epistemológicos que tendieron a dotar contenidos altamente racializados a las diferentes regiones que componían la naciente república de Colombia .

En su Ensayo sobre las revoluciones políticas, Samper le da continuidad a la tarea iniciada por Caldas por repensar el espacio de la nación, compuesta por yermos amorfos y territorios sin límites precisos. La clasificación metodológica a la que recurre Samper acusa cierto grado de arbitrariedad e imprecisión, lo cual pone de relieve el grado de fantasía que implicó el proceso de fijar en el imaginario colectivo de los colombianos los lineamientos epistemológicos de una nación racial y topográficamente heterogénea, cuya proclividad a la civilización dependía, en gran medida, de la composición etnográfica de sus pobladores. En este texto no sólo se refleja la perdurabilidad de los presupuestos diferenciadores puestos en marcha por Caldas medio siglo antes sino también la arbitrariedad de los mismos al construir un mapa etnográfico en donde se les asignó a los diferentes grupos étnico-raciales unos espacios determinados:

“Donde quiera que la población se halló aglomerada en las alti-planicies y montañas, predominaron las razas blanca ó indígena; así como las castas pardas tuvieron la superioridad en las costas ardientes, situadas dentro de los trópicos…Es preciso no olvidar la geografía de la civilización y de las razas en Hispano-Colombia. Allí, en muchos de los Estados, los mejores elementos de civilización se han aglomerado en el interior, y el progreso se va verificando de un modo singular: de adentro hacia fuera, — del centro á la circunferencia. Tal es el fenómeno que se produce en las comarcas cuya capital y cuyas razas mas puras se hallan en el interior, sobre las alti—planicies, como son: Méjico, los Estados de Centro— Colombia, la Confederación granadina, el Ecuador y Bolivia .”

A juzgar por su nitidez conceptual, se podría decir, en gran medida, que esta es quizás una de las síntesis más acabadas y contundentes, después de la formulada por Caldas en los albores del siglo XIX, del pensamiento de la élite criolla sobre el tipo de nación que se pretendía materializar, el cual estaba imbricado en un proceso hegemónico que buscaba transmutar en tierras de salvajes los territorios costeros, llaneros y selváticos. En este sentido, Samper insiste en reproducir las mismas imágenes trilladas de un centro civilizador rodeado de satélites periféricos e incivilizados como elementos constitutivos de la nación imaginada por la intelectualidad criolla de aquella época. En Samper, las tierras costeras y selváticas carecen de historia y se desvalorizan por su clima inclemente que imposibilita el asentamiento de individuos de raza caucásica, los portadores de una cultura que se consideraba la única digna de ser replicada en Colombia. No es gratuito que Samper le haya dado tanta importancia a la “blancura” de la piel, pues formaba parte de una tradición de viaje a Europa, la cual se creía determinante en la formación integral de la intelectualidad criolla. En dichos espacios, no sólo se seguía muy de cerca los escritos sobre las razas emanados desde Europa, sino que el contenido altamente racista de susodichos textos fue incorporado por los criollos, quienes eran plenamente conscientes de que la población blanca y el progreso de un país determinado estaban inextricablemente interconectados, lo cual explica su insistencia en “blanquear” las urbes andinas de Bogotá y Popayán, pese al hecho de que Bogotá estuvo, por lo menos, poblada en 40% por indígenas y que en Popayán los negros e indios tenían una ostensible superioridad demográfica como lo constató Alfred Hettner, un geógrafo alemán, en su periplo por Colombia realizado en las postrimerías del siglo XIX.

Cabe señalar que la creencia en la inferioridad intrínseca de la mayor parte de la geografía colombiana y de buena parte de los seres humanos que moraban en ella ha redundado en desastrosas consecuencias, la más notoria siendo el desmembramiento del territorio nacional en la pérdida de Panamá, un acontecimiento que irónicamente no produjo un gran revuelo entre los dirigentes del país como se anticiparía dados el hermetismo de las regiones, el racismo institucional y la dejadez del gobierno frente a un territorio periférico, satanizado por su entorno ecuatorial y sus habitantes afrodescendientes. Nuestro Salvador Camacho Roldán, intelectual ínclito del liberalismo colombiano de la segunda mitad del siglo XIX, elucidaría las causas por el “estado de incuria” en que yacía Panamá en su libro Notas de Viaje , recurriendo de nuevo al determinismo geográfico andinocentrista formulado por Caldas para explicar la precariedad económica y la incivilización de istmo panameño.

Disponiendo de sus anécdotas personales obtenidas durante su dirigencia en la gobernación de Panamá, Camacho Roldán explica:

“Siglo y medio de estancamiento y decadencia debían producir y produjeron un sello profundo de inmovilidad en el organismo de la población panameña: la pobreza había llegado al último grado: el antagonismo de las dos razas- la negra y la blanca- pobladoras de esa región, mantenido por tres siglos de esclavitud, debía hacerse sentir fuertemente en los momentos en que esta institución acababa de ser abolida (1850): la acción del clima, desfavorable para la blanca, había enervado la actividad de la clase gobernante y permitido que la raza inferior en evolución mental se sobrepusiese en número, en energía y en influencia política. ”

Más allá de su explicación de cómo los afrodescendientes llegaron a constituir una fuerza socio-política no impugnada en Panamá, este pasaje es muy diciente de la fuerza ideológica que seguía ejerciendo el andinocentrismo sobre las mentes de intelectuales andinos como Camacho Roldán que en esta coyuntura lo empleó como una herramienta analítica para esclarecer el desgobierno existente en Panamá en aquel entonces. Al parecer, el clima tórrido, “desfavorable para la [raza] blanca” posibilitó que las élites blancas, de ascendencia peninsular, perdiesen su vigor de mando para tomar las riendas gubernamentales del istmo, mientras que había “permitido que la raza inferior en evolución mental se sobrepusiese en número, en energía y en influencia política.” Camacho Roldán le atribuye el estado de incivilización que atravesaba Panamá al protagonismo político y social de sectores afrodescendientes que les habían usurpado la dirigencia del istmo a los blancos.

¿Cómo entonces superar, pues, este precario estado de incivilización, en el que gobernaban los negros panameños que carecían de la más mínima noción de cómo gestionar el gobierno de un pueblo civilizado? La solución que propuso Camacho Roldán para vencer este insalvable obstáculo tal vez nos resulte de extrañeza, examinándola bajo nuestra óptica analítica actual, pero este ilustrado político fue producto de una época altamente permeada por conceptualizaciones andinocentristas que tuvieron una amplia repercusión en no sólo en la literatura y la ciencia sino también en el espacio político. Según Camacho Roldán, si las inclemencias del clima habían enervado la fuerza de las élites blancas para gobernar y si los capitalinos de la república desconocían la realidad socio-política de Panamá por ser Bogotá una capital recóndita y de difícil acceso al mundo exterior, la única vía factible por la que la civilización podía llegar era a través de la “iniciativa del extranjero ,” especialmente la de los extranjeros de nacionalidad francesa e inglesa que ya se encontraban radicados en su territorio.

Vale la pena que estudiemos las ramificaciones de tal insólita propuesta, pues la percepción denigrante del escritor acerca de la incapacidad innata de los panameños de autogobernarse no sólo lo encegueció de las ganancias económicas que el privilegiado posicionamiento geográfico de Panamá le podría haber reportado a un país, cuyo erario había sido mermado por las interminables guerras civiles del siglo XIX, sino que su inocultable desprecio por Panamá, acendrado por el modelo andinocentrista, lo llevó a hacer lo impensable: alentar el desmembramiento territorial de la nación mediante el ofrecimiento del istmo panameño en una bandeja a los extranjeros. Curiosamente, mientras que a los dirigentes colombianos Panamá les seguía pareciendo una tierra insignificante y poco cotizada, Estados Unidos estaba acariciando sus pretensiones por volverla el “centro del mundo” y explotar a destajo el incalculable valor que entrañaba su ubicación privilegiada entre dos océanos.

Pese a la imagen avasalladora e intervencionista de Estados Unidos que le ha dado vuelta al mundo en lo que concierne a la pérdida de Panamá, los historiadores revisionistas han puesto en tela de juicio la versión reduccionista y unidimensional que ha tendido a resaltar el talante intervencionista del imperio norteamericano para subrayar la complicidad de las élites panameñas en preferir la ocupación de los Estados Unidos al desaire y a la indiferencia de Colombia. Justo Arosemena, uno de los más ilustres próceres del movimiento independentista panameño, lamentaría años más tarde con desabrimiento inenarrable que ninguna persona medianamente importante se dignaría en aceptar un empleo en Panamá porque, para ellos, era como tener que descender en el mismísimo “infierno ,” otra clara alusión a la jerarquía espacial estratificada por los pisos términos.